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Historia cancelada ><><BITE ME><><

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¡Hola!

Ésta es la primera vez que escribo en la Web así que... un poco de paciencia con mi torpeza con los ordenadores jajajajaja He de decir que he leído algunas de vuestras historias y me han encantado, así que me he animado a publicar una. Esta historia la comencé en la página de los sims, pero no tuve tiempo de acabarla porque cerraron la Web... Así que empiezo aquí de nuevo y... bueno, espero que os guste! Actualizaré bastante a menudo, ya que tengo bastante escrito...

Disfrutadla!!!

><><BITE ME><><

Michael

Hacía frío, pero no era uno de esos fríos que te cortan la piel. Andaba, miraba a mi alrededor, siempre con los cinco o incluso seis sentidos puestos en cada esquina. Sabía que en cualquier momento podían atacarme. Mi vida no era tan penosa como para desperdiciarla con estupideces, aunque... Todo hay que decirlo, no era la vida que yo había elegido vivir.

-Ni siquiera podría llamarse vida –murmuré.

De repente, un delicioso olor hizo reaccionar mis papilas gustativas. Noté cómo mi vello se erizaba,

cómo mis uñas empezaban a crecer, cómo todo mi cuerpo se tensaba y cómo la pequeña parte racional de mi cerebro desaparecía.

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-Comida –me dije al divisar a lo lejos a dos humanos.

Pasé por delante de ellos sin respirar, con las manos cerradas en puños. No podía atacarles en medio de la calle. Eso no sería nada sensato por mi parte. La chica me siguió con la mirada. Era una de esas asquerosas prostitutas que se venden por uno o dos chutes de cocaína. Me daban asco. Él era un yonqui, un patético yonqui que ni siquiera podía tenerse en pie. El asqueroso ni la miraba a la cara, centraba sus ojos en el pecho de ella babeando como un poseso.

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Esperé a que acabara de tontear con la chica y después le seguí con paso lento, sin levantar sospechas. A ella la dejaría para otra ocasión, no tenía prisa.

El yonqui iba de un lado a otro, tambaleándose. Había elegido un precioso lugar para morir; oscuro, solitario y apartado de la calle principal de la ciudad. De vez en cuando daba patadas a los cubos y comenzaba a murmurar sandeces. Estúpido yonqui.

Mis pasos hicieron eco en el callejón. Él se dio la vuelta y rió, yo le miré inexpresivo.

–No tengo droga, así que píra... pírate –habló trabándose y chocándose con unas cajas de cartón que había por el suelo.

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–No quiero droga –dije sonriendo divertido.

–¡Mierda! –exclamó al ver mis colmillos –¿quién coño eres tú?

No le contesté. Volví a soltar una carcajada y me acerqué lentamente a él con las uñas preparadas para desgarrar.

–Si lo que quieres es pasta, yo no tengo nada –dijo alejándose de mí aterrorizado.

El estúpido se puso a correr por el callejón hasta llegar a una valla oxidada que le hizo detenerse. Miró a un lado y a otro y, al ver que no tenía escapatoria, comenzó a gritar como un poseso. Después intentó saltarla, pero yo le alcancé antes. Le cogí por la espalda, le levanté mostrándole mis dientes y después le lancé contra el suelo.

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No tenía sentimientos, es verdad, pero me gustaba matar primero a mis víctimas y luego morderlas, el dolor de los colmillos clavándose en el cuerpo era insoportable, nadie se merecía pasar por eso. Al chocar con el suelo perdió la consciencia y su cabeza comenzó a regalarme sangre. Me volví loco. Tan sólo podía morder, morder por todas partes; miembro por miembro, músculo por músculo.

Después de terminar quemé el cuerpo en un descampado cercano al lugar del crimen.

El olor a carne quemada me resultaba asqueroso, pero tenía que hacerlo para no dejar huellas. Un crimen así haría cundir el pánico, y no me interesaba que la gente tuviera miedo.

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Cuando todo el cuerpo se hubo calcinado, decidí marcharme a mi lugar favorito.

Llegué en apenas un minuto y, como siempre hacía después de cazar, recorrí una por una todas las ventanas del edificio de enfrente. Me gustaba contemplar a la gente, me ayudaba a olvidar la no-vida que yo llevaba. Me centraba en cada uno de ellos, ¿cómo eran capaces de convivir en armonía?

Respiré hondo y un fuerte olor a <comida> me invadió de nuevo.

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Samantha

-No puedo más –me dije entre lágrimas.

Me derrumbé en el suelo, hundí la cabeza en mis manos y comencé a tararear la canción que solía cantarme mi madre. Esa canción siempre lograba animarme, pero ése era un día distinto, nada podía hacerme levantar la cabeza, nada. Había llegado el asqueroso momento de acabar con todo. Mi vida se podía resumir en... En realidad, en una sola palabra: Fracaso. Sí, vivía en un sinsentido. Acompañada, por su puesto, de un drogadicto como padre y una estúpida adolescente como hermana. Levanté la mirada.

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Sentí el viento mecer mi cabello y algo, no sé el qué, me empujó a hacerlo. Sin pensarlo dos veces me levanté del suelo, me sequé las lágrimas y, vacilante, me acerqué a la valla de la azotea. Miré hacia abajo y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Di otro paso hacia delante y me apoyé en la valla con la mirada clavada en mis pies. Iba a ser libre.

-Quiero ser libre.

-No lo hagas.

Una voz grave me hizo pegar un brinco. Miré hacia atrás asustada, pero allí no había nadie.

-Mierda..., me estoy volviendo loca –me dije negando con la cabeza.

-No serás libre si lo haces –la voz volvió –no serás nada.

Miré hacia la derecha y entonces le vi allí. El propietario de la voz estaba sentado en la valla de la azotea, moviendo los pies de un lado a otro como si nada.

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Era un chico joven, de pelo oscuro y tez blanca, vestía un traje formal de color negro y unos mocasines del mismo color manchados de barro.

-¡Joder! ¡Eh! ¡Bájate de ahí! ¡Te vas a matar! –grité como una histérica.

Rió entre dientes, haciéndolos deslumbrar en la oscuridad. Yo le miré sin entender.

-Oye, si no te importa, estaba en medio de una...

-¿De una...? –negó con la cabeza -Deberías pensártelo, está muy alto.

-¿Crees que no me he dado cuenta?

Respiré hondo y volví a mirar hacia abajo. No era fácil hacer aquello. Pero TENÍA que hacerlo. Me acerqué aún más a la valla y levanté un pie con la intención de subirme. El chico me miraba sin inmutarse.

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-Mierda de... de indecisión –me quejé temblando.

-No creo que tengas motivos para acabar así –volvió a hablar con un tono completamente neutral mirando al frente.

-Tú qué sabes… –una pequeña lágrima se escurrió por mi mejilla –no tengo motivos para viv... vivir –mi voz se quebró.

Él suspiró, se levantó de la valla sin esfuerzo y se marchó con toda la calma del mundo, sentándose en otro lado de la azotea. Le vi murmurar unas palabras que mis oídos no fueron capaces de escuchar. Me quedé sola. Allí, en una azotea, medio subida en la valla y con el corazón desencajado.

-Venga, Sam –solté irónicamente, como si se tratara de un simple paso más en mi vida.

Cerré los ojos con fuerza y me toqué el pecho, haciendo calmar el ir y venir de mi ansioso corazón. Sentí el frío viento en la cara y el temblor de mis piernas. Dejé de pensar y mi cuerpo se precipitó al vacío.

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-¡No! –oí un grito detrás de mí.

La adrenalina se apoderó de mi cuerpo, también el miedo. Ya estaba todo claro, iba a morir. Fin, adiós Samantha, adiós mundo, adiós vida. Mil pensamientos se agolparon en mi cabeza: ¿Quién se ocuparía ahora de mi padre? ¿Quién pagaría el hospital en el que estaba? ¿Quién pagaría los estudios de mi hermana? ¿Quién se haría cargo de ella? ¿Cómo conseguirían el dinero para el alquiler del piso?

-¡Mierda! –grité mientras caía. No podía morir. No podía dejarles. Ellos eran… Eran mi familia, y me necesitaban.

El tiempo se detuvo y yo aproveché para maldecir al mundo. Creo que nunca había dicho tantas palabrotas juntas. Todas, por supuesto, calificando mi estupidez. ¿Cómo había sido capaz de hacerlo?

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De repente, una sombra negra pasó a toda velocidad junto a mí y al llegar abajo, se posó encima de un coche sin hacerle ni un solo rasguño, como si fuera una pluma.

-¡Cuidado! –grité al ver que se había situado justo debajo de mí -¡Mierda, apártate! –chillé descontrolada.

Él ni se inmuto. Tan sólo tendió los brazos y comenzó a contar en alto.

-4... 3... 2...

Llegó la hora, el suelo estaba a tan sólo dos metros. Caí, y sí, caí sobre él, y supongo que le aplasté. No sé, tan sólo recuerdo un fuerte golpe que me hizo perder la consciencia. También cómo mi espalda hacía <crack> y cómo me hundía en su cuerpo.

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*

*

*

Abrí un ojo sí y otro no y miré a mi alrededor. Me vi rodeada de sábanas blancas, muebles blancos, paredes blancas, baldosas blancas, techo blanco.... Metí la cabeza debajo de las sábanas y me miré. Sí, el pijama también era blanco. Levanté la mirada. Entre toda esa blancura destacaba mi hermana con aquellos coloretes rojos y ese cabello color tierra. Leía tranquilamente una revista de corazón y agitaba lentamente la cabeza con cada párrafo que leía. Le encantaban esas revistas, se sabía la vida de todos y cada uno de los famosos, era increíble.

-Ey Zahara –hablé con voz ronca.

Ella me miró y arqueó una ceja.

-¿Ya te has cansado de dormir?

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-Podría seguir –comenté sarcástica incorporándome.

De repente, el recuerdo de la caída se coló en mi cabeza, haciéndome soltar un quejido. Abrí los ojos como platos y mil preguntas comenzaron a agolparse en mi confundida mente, haciendo que su peso aumentara exageradamente.

-¿Dó… dónde está el chico?

Mi hermana me miró extrañada arrugando la frente y dejando la revista a un lado.

-Mierda, le aplasté y murió, ¿verdad?

-¿Qué coño dices, Sam?

-Lo sabía… –murmuré tapándome la cara con las manos –Se lo advertí…

Mi hermana se levantó.

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-¿A dónde vas? –levanté la vista y hablé sin comprender.

-A avisar a la enfermera, te has debido dar una buena leche en la cabeza.

-N… no… Quédate aquí…

Ella se volvió a sentar, se inclinó hacia mí y me agarró la mano muy seria.

-Sam, ¿qué pasó? El chico que te dejó en el hospital dijo que te había encontrado en medio de la calle tirada en el suelo. Ahí sola, sin nadie, ¿qué te ocurrió? Espera... –abrió los ojos horrorizada –¿te... te violaron?

Mi corazón dio un vuelco.

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-¿Quién me dejó en el hospital?

-No quiso dar su nombre –me miró de nuevo con una nota de angustia en la mirada –¿qué te pasó, Sam? Dime.

Yo no la contesté. ¿Qué le decía? ¿Que había saltado como una gilipollas de un sexto piso y que un desconocido me había salvado la vida?, ah sí, y que luego se había marchado sin dejar rastro, después de saltar de una azotea solo para… Entrecerré los ojos y examiné detenidamente todo lo que había pasado la noche anterior… ¿Cómo fue capaz de aterrizar en el suelo y no hacerse ni un solo rasguño? Y, ¿cómo había sido capaz de soportar mi caída?

-Sam –la voz de mi hermana me hizo volver a la realidad.

-Es que... Es que no me acuerdo –mentí –No recuerdo absolutamente nada.

-¿Nada de nada?

Negué con la cabeza y me senté en el borde de la cama. Al hacerlo mi espalda se quejó.

-¡Mierda! creo que me he roto la espalda.

-Anda, exagerada, el médico dice que estás perfectamente, sólo un par de golpecitos sin importancia.

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Michael

Después de cometer la grandísima estupidez de salvar a la chica, decidí marcharme a casa. A pesar de estar a 20 Km. de distancia, llegué en tan sólo 6 minutos. El placer de poder volar.

Mi piso estaba situado en una de las calles principales de la ciudad y, aunque se encontraba lejos del centro, casi siempre estaba llena de gente; gente comprando por las tiendas de los alrededores, gente yendo al cine, gente comiendo en los restaurantes del final de la calle... Lo odiaba.

Al llegar me puse ropa más cómoda. Hacía bastante calor dentro de casa, así que opté por dejar la camiseta debajo de la almohada. Fui a la cocina y bebí un trago de A+, mi preferida. Normalmente, cuando atacaba a mis víctimas, guardaba un poco de líquido rojo para mis desayunos. A esa hora, a nadie le apetecía cazar.

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Claro que no era lo mismo, a mí me gustaba morder, era un placer. Por muy vago que fuera, no cabía en mi cabeza prescindir de aquella maravilla.

Me tumbé en el sofá y comencé a repasar con la mirada el gotéele de la pared, no tenía nada mejor que hacer. De repente, un suspiro, mi suspiro, rompió el silencio sepulcral que solía reinar en mi piso, y el rostro de la chica suicida me vino a la cabeza. Una de mis manos, inconscientemente, me golpeó la cara. Aquella chica era una desconocida, una humana, deliciosa comida, yo mataba a chicas como ella para alimentarme, ¿por qué la había salvado?

-Imbécil –me volví a golpear indignado.

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De repente, un sonido desconocido se coló por mi conducto auditivo. Me levanté y me acerqué a la puerta.

Una de las (pocas) ventajas de ser vampiro es que si conoces muy bien un espacio, eres capaz de advertir ligeramente lo que se encuentra al otro lado de la pared. Mi pasillo lo conocía como la palma de mi mano, así que no me resultó muy complicado ver lo que había al otro lado de la puerta. Entorné los ojos y comencé a observar. Había un hombre de unos… treinta y cinco años. Su pelo era castaño y sus ojos… Me acerqué más a la puerta; azules, sí, eran azules. Llevaba consigo dos maletas y por su forma de moverse de un lado a otro, parecía nervioso. Agudicé el oído.

-Aquí no está, George. Nos hemos equivocado de piso. La casamentera te dijo que era el 5ºc, ¿no? –habló una voz dulce. Aquella melodiosa voz no era de hombre, había alguien más con él.

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Me moví a la derecha, y detrás de una columna de granito, advertí la figura de una mujer algo más joven que él. También llevaba una maleta consigo y sus andares, acompañados del vaivén de unas perfectas caderas, eran de lo más espectaculares.

-Vaya… –murmuré cerrando la boca.

La mujer se acercó a mi puerta clavando sus tacones negros en el parqué del pasillo. Al tenerla más cerca pude estudiar a la perfección todo su rostro. Sus ojos destacaban sobre el resto de las facciones. El iris, de un azul cielo, se encontraba protegido por unas largas pestañas que se sacudían grácilmente con cada pestañeo. Su nariz, pequeña y respingona, se agitaba ligeramente al dejar entrar y salir el aire. Me fijé más aún y advertí que llevaba pintados los labios de un color rojo intenso. Hacían juego con su larga melena pelirroja. Aquella mujer era una belleza. De repente, su mirada se posó en mí y comenzó a reír divertida. Di un paso atrás impresionado.

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-¿De qué te ríes, cariño? –le preguntó su acompañante.

Ella no contestó. Se giró hacia su marido y le guió hasta el ascensor. Al cerrarse las puertas me volvió a dedicar otra amplia sonrisa.

Me aparté de la puerta extrañado. ¿Aquella mujer podía verme?

-Eso es imposible.

Me volví a sentar en el sofá y al segundo me vi sumergido en sueños.

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Samantha

Por un momento pensé que todo lo que había pasado la noche anterior había sido una terrible pesadilla, pero al levantarme de la cama del hospital y notar mi cuerpo dolorido fui consciente de que todo aquello había pasado de verdad. El médico me dio el alta y me marché más contenta que unas castañuelas. Odiaba los hospitales.

Mi casa estaba en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Pisos alquilados con escasos metros cuadrados y grietas por todos los lados. Era asqueroso... Incluso las cucarachas formaban a veces parte de la familia.

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Al llegar, me encontré el salón hecho un desastre. La ropa sucia que había dejado el día anterior en el cesto, seguía encima de la mesa y el suelo estaba lleno de porquerías; la mochila de mi hermana, platos sucios, revistas viejas...

-Mira que le dije que ordenara el salón -maldije a mi hermana.

Repasé el cesto con la mirada y, entre toda la ropa sucia, vi mi uniforme. ¡Mierda! Era el único que tenía.

Ordené un poco el salón y me fui a dar un baño. Lo necesitaba.

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Introduje el pie en la bañera y con la puntita del dedo gordo toqué el agua. Estaba a la temperatura perfecta, así que metí todo el cuerpo. Al hacerlo sentí un escalofrío y todo mi bello se erizó y noté cómo me ardían las piernas. Una vez que me hube acostumbrado a la temperatura, me faltó poco para quedarme dormida. Qué relajante era aquello...

Saqué medio brazo del agua y sentí cómo el frío volvía a poner mi piel de gallina. Giré la muñeca y miré la hora.

-¡Joder! –grité saliendo de la bañera de un salto –¡llego tardísimo!

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Poco me faltó para llegar descalza al trabajo. Fui consciente de que algo no iba bien cuando casi me rompo el pie al pisar el acelerador. Volví a casa (perdí otros cinco minutos) y me puse los zapatos que solía llevar al trabajo. Después de 20 minutos, llegué a la calle Salmorel. Aparqué mi chatarra al lado de un deportivo y, corriendo como una loca, me introduje en el infierno.

Al entrar esperaba encontrarme a mi “querido” jefe con un cuchillo en la mano, pero allí no había nadie.

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Me puse algo más cómodo, me recogí el pelo, barrí el suelo y revisé la caja. El pan de cada día.

Antes de abrir las puertas para que los clientes pudieran pasar, decidí pasarle un trapito a la barra.

-¿Por qué has llegado tarde, Samantha? –levanté la vista y allí, frente a mí, estaba mi jefe con un humor de perros (por lo menos no llevaba un cuchillo en la mano).

-Hola Jhon, ¿cómo estás?

-Te dije que no volvieras a llegar tarde.

-Ya, verás… tuve un problemilla… He pasado la noche en el hosp…

-No me valen tus excusas –me interrumpió –Siempre te ocurre algo.

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Yo agaché la cabeza. Tenía razón, si no era por una cosa, era por otra.

-De verdad, Samantha –cambió su tono malhumorado por uno serio y amenazador –no vuelvas a llegar tarde. Es un ultimátum.

Se marchó, abrió las puertas de la entrada, y al segundo comenzó a entrar gente hambrienta.

Trabajaba en el restaurante del hotel Salmorel, un hotel de lo más lujoso. Era un poco triste, la verdad, todos los clientes que venían a comer solían ser viejos millonarios y señoronas emperifolladas que no hacían más que recordarme la vida tan triste que tenía comparada con ellos.

Resoplé asqueada y fui a atender a una pareja de ingleses. Aquella semana estaba siendo de lo más asquerosa.

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Cuando les hube atendido y puesto la comida en la mesa, unos chicos situados en la mesa de al lado comenzaron a silbarme. Lo que faltaba, ahora me trataban como a un perro.

-¿Qué desean los señores? –me di la vuelta con cara de pocos amigos.

-Esa pregunta es muy, muy relativa… –dijo mirándome de arriba abajo.

Levanté una ceja.

-Muy bien, ¿qué quieren los señores de lo que viene en la carta?

-¿Tú estás en ella?

-No, lo siento –dije con buena cara aguantando las ganas de tirarle la bandeja a la cara.

-Pues que pena, tienes pinta de estar muy, muy rica… –dijo el otro centrando su mirada en mi delantera.

Yo me quedé en silencio repitiéndome una y otra vez que no debía atacar a los clientes.

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-¿Seguro que no estás en la carta, monada?

-Tu madre igual sí que está –dije recalcando bien la palabra "madre"

-¿Qué has dicho? –me preguntó el chico entornando los ojos.

Respiré hondo. No debía ponerme a su altura, yo era una chica madura, no una estúpida niñata que se alterara por cualquier cosa.

-¿Me podrían decir qué van a tomar?

-¿Te lo repito? –volvió a decir levantándose de la silla y acercándose a mí.

-No te acerques.

-¿O qué? –me vino un terrible olor a alcohol.

-No.te.acerques.más –repetí entre dientes.

El chico dio un paso más hacia mí y yo, sin pensarlo dos veces, le propiné un rodillazo en su miembro viril.

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-¡Ahg, maldita puta! –exclamó retorciéndose del dolor.

Levanté la mirada y sentí cómo mi rostro se teñía de rojo al advertir a todo el restaurante con la vista bien fija en mí. Jhon, mi jefe, se acercó corriendo hacia nosotros y me apartó a un lado con agresividad.

-Señor, ¿está usted bien? –habló nervioso ayudándole a levantarse.

-Tráigame la hoja de reclamaciones –dijo entrecortado y con expresión dolorida –¡tráigame la maldita hoja de reclamaciones!

-Pe... pero... cálmese, esto n...

-¿No me ha oído?

-¡Anne! –llamó entre gritos a una de las camareras que observaba incrédula la escena –tráigale al señor lo que ha pedido.

Jhon se acercó a mí con el ceño fruncido.

-Samantha, olvídate de seguir trabajando aquí. ¡Estás despedida!

-Pero Jhon... yo tan sólo he...

-¡Coge tus cosas y márchate! –me señaló la puerta y se marchó hacia la cocina.

Yo no dije nada. Sólo le eché una mirada envenenada al "herido" y me largué dando un portazo.

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Michael

Me desperté con el ruido del móvil. Lo miré y advertí un mensaje de Blaid, que, como siempre, necesitaba mi ayuda. Blaid era el típico amigo que nadie quiere tener; egoísta, emocionalmente inestable, sin un duro, siempre con problemas y de lo más pesado. Odiaba su forma de ser. Sin embargo, había estado a mi lado desde que tenía memoria.

Me aseé, me vestí, cogí uno de los frasquitos que había en la nevera, lo vacié en mi boca, y después, sin ninguna prisa, me dirigí al ascensor. Cuando las puertas se estaban cerrando, escuché el sonido acelerado de unos zapatos de tacón.

-¡Espera! –apareció la chica de la noche anterior corriendo hacia el ascensor.

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Yo ni me inmuté. Ni siquiera hice el esfuerzo de parar las puertas, odiaba estar en sitios cerrados con humanos, el olor me cegaba. Sorprendentemente, ella sola fue capaz de entrar antes de que se cerraran las puertas del todo.

-Vaya… qué hábil –murmuré cuando se hubo colado.

-Gracias por darle al botón de abrir –dijo irónica mientras lo señalaba.

-De nada –contesté dejando de respirar.

La chica me miró entrecerrando los ojos. No hacía falta que girara la cabeza para ver su expresión, podía percibirla perfectamente sin hacer ningún esfuerzo. Su mirada se centró en mi pecho y en su rostro se dibujó una sonrisa.

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-Me llamo Agnes –me tendió la mano.

La miré extrañado estudiando su perfecto rostro angelical.

-Michael –volví la vista al frente sin darle la mano.

-Michael… –su tono de voz se volvió meloso –me gusta ese nombre.

Se situó detrás de mí jugando con la pulsera que llevaba alrededor de la muñeca.

-¿Sabes? –susurró rozando mi cuello con su aliento –se me acaba de ocurrir algo… -me agarró la mano y la llevó hasta su pierna.

Mis músculos se tensaron, abrí los ojos como platos y mi nariz se relajó. Olí, pero su olor, asombrosamente, no me atrajo, de hecho, apenas olía.

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La chica comenzó a subir lentamente mi mano hasta llegar a su vestido. Yo no podía moverme, me había quedado congelado. Dio unos pasos hacia un lado y se situó delante de mí. Yo la miré atónito y ella volvió a sonreír. Me acarició los labios y guió mi mano hasta su espalda, presionando su cuerpo contra el mío.

-¿Qué… qué haces? –logré articular.

Ella no contestó, se acercó más a mí y me besó. Yo automáticamente la seguí. Cuando nuestras lenguas se encontraron, una fuerza impalpable me rodeó y comencé a actuar sin pensar. La cogí en brazos, sus piernas se enrollaron a mi alrededor y comenzó a bajar sus cálidas manos desde mi cuello hasta mi entrepierna. Inconscientemente apreté el botón del ascensor y lo hice parar entre el segundo y el primer piso.

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No entendía qué estaba haciendo, ni siquiera quería continuar, pero no podía parar. Sus manos se metieron en mi pantalón y las mías decidieron subir aquel vestido tan corto que llevaba. Después todo fueron gemidos y suspiros.

Como de costumbre, las yemas de mis dedos apenas sintieron nada. Me concentré en cada milímetro que recorría con mi mano, pero no era capaz de apreciar con ellas absolutamente nada de su cuerpo. Yo sentía cuando me tocaban, pero como siempre me ocurría con todo el mundo, era incapaz de sentir cuando yo tocaba a alguien.

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El revuelo pasó y me subí los pantalones. Ella se puso el vestido. Sin apartar la mirada de mí se acercó a los botones del ascensor y le dio al de la planta baja. No dijimos nada más, continuamos en silencio en la misma posición del principio y, al abrirse las puertas, salí con paso ligero.

-Adiós Michael –dijo riendo por lo bajo.

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Editado por CasieFiccion

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    ¡Me ha gustado muchísimo! Escribes genial, los personajes me encantan, aunque la tipa del pelo rojo me cae mal xD. ¡Sigue pronto! ;)

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      Publicado (editado)


      Muchas gracias Ginevra! Qué ilusión!

      Jajajajaja la verdad es que la pelirroja se las trae... Es lo peor

      Continúo! Continúo!

      Samantha

      Salí del restaurante enfurecida, cogí el coche y conduje a toda velocidad hasta llegar al hospital Luz del Valle. Suerte que no me crucé con ningún policía, eso ya habría sido la repera.

      Me había quedado sin trabajo, ¿de dónde iba a sacar ahora el dinero para pagar el alquiler del piso, el colegio de Zahara y los cuidados de mi padre?

      Me vi asfixiando el volante con la mirada clavada en el coche de delante. El claxon del coche de atrás me hizo reaccionar.

      Llegué a la recepción del hospital Luz del Valle y me indicaron dónde habían metido esta vez a mi padre. Siempre le estaban cambiando de habitación.

      Entré en la 508 y le saludé sin obtener respuesta.

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      -Hace un calor insoportable, parece mentira que aún estemos a principios de marzo suspiré.

      Estábamos en marzo… Hacía ya tres meses que mi padre estaba en coma por una asquerosa sobredosis de heroína. Cómo pasaba el tiempo…

      -La verdad es que me encantan los días de sol abrí las cortinas dejando entrar unos cuantos rayos de sol. Después me senté al lado de la cama de mi padre y le cogí la mano.

      Mi padre y yo nunca nos habíamos llevado bien. Siempre discutiendo por sus malditos cambios de humor; cuando llegaba feliz a casa sabíamos por qué era, y cuando lo pagaba todo con nosotras sabíamos que no había podido conseguir nada en la calle. Era insoportable verle llegar a casa puesto hasta las trancas... Él nos decía que lo había dejado, pero yo sabía que nos mentía.

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      -Papá... dije dejando caer una lágrima por mi mejilla Debo decirte algo… Sé que siempre has confiado en mí, pero hoy ha ocurrido algo… no pude evitar lloriquear como una niña pequeña Me han despedido... Yo... yo lo siento... No... No sé qué vamos a hacer... Tu hospital cuesta demasiado y... el colegio de Zahara… Es demasiado dinero para lo que tenemos ahorrado...

      Unos golpecitos en la puerta me hicieron soltarle la mano rápidamente. Me levanté y la abrí secándome las lágrimas rápidamente.

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      -Hola doctora Mellson dije educada haciéndola pasar.

      -¿Cómo estás, Sam?

      -Pues… bien sonreí ¿Ha ocurrido algo?

      -Verás… Creo recordar que me dijiste que ya habíais ingresado el dinero de este mes en la cuenta, pero… no nos ha llegado nada y…

      Mi corazón se aceleró. Claro que lo habíamos ingresado, yo le había dado el dinero a mi hermana para que lo llevara al banc… Mierda, ¡Zahara!

      -No sé qué ha podido pasar, pero mañana mismo estará ingresado.

      La doctora me miró apenada.

      -Sam, si no podéis pagarl…

      -No la interrumpí sí, podemos, de verdad hablé convincente.

      -Bien.

      -¿Cómo está? la pregunté mirando a mi padre.

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      -Igual… No sabemos cuándo va a despertar… Seguimos ejercitando sus músculos y su estómago ya está completamente limpio, pero… Sus constantes siguen igual y no ofrece cambio alguno.

      -Ya… -dije cabizbaja Yo le veo con mejor aspecto, está como más… moreno.

      La doctora rió.

      -Sí, esta mañana le han sacado al jardín un ratito. Hace tan buen día…

      Yo le miraba como una madre preocupada observa a su hijo. Le echaba de menos…

      -Sam, tu padre va a despertar dijo la doctora poniéndome la mano en el hombro pronto, ya verás.

      Yo asentí y dejé caer mi mirada de nuevo al suelo.

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      Me marché cuando los enfermeros vinieron a lavar a mi padre. Decidí irme a casa a comer algo, mi estómago comenzaba a rugir.

      Al llegar, vi los platos sucios encima del lavaplatos, dos cajas de cereales vacías encima de la mesa y la cama de mi hermana sin hacer. Abrí la nevera; entre latas de cerveza, helados y zumos, había un trozo de carne envuelto en papel transparente. Lo cogí, lo olí y me estómago se revolvió, ¿cuánto tiempo llevaría allí metido?

      Opté por hacerme unos macarrones, no había mucho más en mi cocina.

      Al terminar de comer dejé caer la cabeza en la mesa y mis catastróficos pensamientos comenzaron a vagar por todo el salón. Todos estaban relacionados con la mierda de vida que llevaba y la mala suerte que tenía.

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      Como si se tratara de un espasmo, levanté rápidamente la cabeza y me recordé la suerte que tenía de estar viva.

      -Deja de pensar así, joder me regañé a mi misma levantándome enérgicamente de la mesa.

      Unas inexplicables ganas de vivir se apoderaron de mi cuerpo y sentí cómo una fuerza interna movía con fuerza mis músculos. Tenía que borrar esa cara de amargada…

      Me pegué una ducha fría, me vestí y me maquillé un poco; para qué negarlo, parecía que acababa de parir.

      A través del ventanuco que había en mi habitación, varios rayos de sol hicieron lucir mi pelo. Sonreí. Hacía un día espléndido para pasarlo encerrada en casa, debía salir de allí.

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      Michael

      Caminaba mirando mis pies. Aquellos humanos felices, cantarines y radiantes, me ponían de los nervios. El sol salía y todo era felicidad para ellos. En cambio yo lo odiaba, dañaba mi piel y después todo el cuerpo me escocía. La reacción era parecida a la de un albino que se tira una hora tomando el sol.

      La piel de los vampiros, al contrario de lo que piensa la gente, es frágil como un cristal; cualquier golpe o arañazo nos hiere. ¿El problema? No sentimos dolor y generalmente no nos damos cuenta de que alguien nos ha lastimado, ¿la ventaja? tenemos los sentidos muy desarrollados y es casi imposible que nos den caza. Ah, pero ¿y si nos pillan…? un golpecito y comenzamos a desangrarnos lenta y pausadamente hasta morir... O eso creo, nunca me ha pasado.

      Al llegar al lugar citado, me encontré a Blaid tirado en un banco.

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      -¿No estarás pensando en el suicidio, verdad? comenté sarcástico.

      -Debería pensar en ello… habló dramático e incorporándose ¿Recuerdas la rubia de mi trabajo?

      Yo asentí a pesar de no saber a quién se refería.

      -Ayer estuvo en mi casa. Me la tiré…

      Yo reí entre dientes. Todas sus historias siempre acababan igual. Como siempre, comenzó a contarme todo lo que había pasado y, más o menos a mitad del relato, decidí evadirme. Escuchar mucho tiempo a Blaid daba dolor de cabeza.

      De repente un olor conocido me bloqueó la nariz.

      -Ese olor… -murmuré intentando recordar.

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      -Eh, Mike, ¿me estás escuchando? preguntó haciendo chasquear sus dedos esto es importante.

      -Espera… dije mirando a mi alrededor sin darle importancia a lo que me había contado.

      -¿A quién buscas?

      No le contesté.

      -Joder, no sé para qué te llamo. Ni siquiera sé para qué te cuento nada volvió a comentar trágicamente.

      -No... perdona reaccioné es que... El otro día conocí a alguien y... Me ha parecido... olerl... verla...

      -Pensé que estábamos hablando de mis problemas y no de tus... ligues... el Blaid egocéntrico ataca Pero déjalo, ya no tengo ganas de hablar.

      -Blaid...

      -No, no se levantó del banco dándoselas de ofendido Ya nos veremos AMIGO.

      -Venga Blaid... vuelve aquí, anda... dije poniendo los ojos en blanco.

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      No le seguí, sabía cómo era. I-nes-ta-ble. Unas veces era el hombre más feliz de la tierra y otras el ser más desdichado del universo.

      De repente, una voz conocida sonó al otro lado del parque. Sabía quién era y, por supuesto, podía oírla. Me levanté del banco, me acerqué un poco más y comencé a escuchar.

      -¡No me lo puedo creer! dijo la rubia acercándose a una chica que, junto a otras dos muchachas, tomaba tranquilamente un zumo.

      -¡Mierda! Sam… eh… yo…

      -Tienes clase, ¿se puede saber qué haces aquí?

      -Ya… Verás… me encontraba mal y…

      -Zahara la interrumpió ¿tú me ves cara de tonta, verdad?

      La chica se quedó callada.

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      -No me mientas. Te estoy pagando un puñetero colegio de pijos para que…

      -Bueno, vale, ya la chiquilla del pelo castaño la agarró del brazo avergonzada no eres mi madre, no sé qué haces montándome este pollo bajó la voz deja de ponerme en ridículo, joder la chica centró su mirada en mí ¿y quién coño es ese que mira tanto?

      Yo aparté la mirada de inmediato y simulé buscar algo en mi bolsillo.

      -¡Oh…! oí exclamar a la chica rubia.

      Di media vuelta y me marché hacia la salida del parque. Se había dado cuenta de quién era yo.

      -¡Espera! levantó la voz.

      Me paré en seco sin darme la vuelta. Oí cómo sus pisadas recorrían torpemente el césped en mi dirección.

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      -Tú… tú eres… el chico del otro día, el que me… salvó cuando yo salté de la azotea dijo bajando la mirada como si todo aquello que estuviese diciendo le avergonzara.

      -¿Cómo? me giré mostrándome extrañado lo siento, pero te has debido equivocar.

      -No, no rió estoy segura.

      -No lo creo.

      -Sé que eras tú se acercó más y se puso frente a mí Sí, eras tú su expresión cambió y frunció el ceño lo que no entiendo es cómo conseguiste hacerlo… Tú estabas arriba, y… bajaste de repente, y… pudiste con mi peso…

      Mi corazón se aceleró con cada palabra. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado?

      -Oye, mira… olvídalo, ¿vale? No fue para tanto…

      Ella alzó una ceja.

      -Yo lo olvido si quieres la miré sorprendido, ¿lo iba a olvidar? ¿Así? ¿Sin exigirme un cómo o un por qué? pero… me gustaría agradecértelo… Me salvaste la vida me dedicó una sonrisa.

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      De repente, el cielo comenzó a cubrirse de nubes y sonaron a lo lejos unos cuantos truenos.

      -No hace falta que me agradezcas nada dije mirando al cielo Debo irme.

      -No, no, espera, no te puedes ir así…

      -Va a empezar a llover.

      -¿Y...? ¿Qué más da?

      Me quedé callado. Ella me miraba exigiendo una respuesta, pero yo no sabía que decirle… Me cayó una gota, después otra, y otra… y otra… y otra…

      -¡Mierda! exclamé dándome media vuelta. La chica me agarró del brazo

      -Deja al menos que te lleve a casa en coche dijo cubriéndose la cabeza de la lluvia.

      -No, no tengo tiempo, debo irme mi pulso comenzó a acelerarse. Lo notaba, notaba cómo mi piel comenzaba a cambiar.

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      -Oye no me obligues a meterte en el coche de las orejas rió voy a llevarte en coche y se acabó. Es lo menos que podría hacer por ti.

      -Suéltame gruñí.

      -Pero qué cabezot…

      -¡Joder! ¡Déjame de una maldita vez! No quiero que me agradezcas nada, no hay nada que agradecer, ¡¿vale?! me solté de su mano con brusquedad eso me pasa por ponerme a salvar niñatas caprichosas...

      La chica me miró con los ojos abiertos como platos y sus cejas comenzaron a ceñirse. Yo me callé de inmediato.

      -Pero... serás... encima que me ofrezco a llevarte en coche... murmuró con las manos cerradas en puños.

      -Yo... me quedé frente a ella sin saber qué decir y con la mirada clavada en sus ojos Bah comencé a correr a toda velocidad sin darle importancia a su enfado.

      Necesitaba algún lugar en el que protegerme de la lluvia. No podía echar a volar en ese momento, llovía demasiado.

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      Samantha

      ¿Pero qué se creía ese imbécil? Me ofrecía amablemente a llevarle en coche y el muy desagradecido lo único que hacía era llamarme niñata...

      -Ag, ya está bien.

      Dejé de darle vueltas y me puse a correr en busca de mi coche. Al llegar al lugar en el que creía haberlo aparcado mi coche no estaba.

      -Lo que me faltaba… Miré a mi derecha y vi que se trataba de una plaza reservada para inválidos -Mierda, mierda y mierda comencé a gritar mientras corría a la parada de autobús a cobijarme.

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      Junté las manos y comencé a frotarlas para que entraran en calor, después soplé echando mi cálido aire en ellas, ¿cómo podía haber cambiado así el tiempo?

      -¿Tú no tenías coche? di un brinco al escuchar una voz justo a mi lado.

      -¡Maldita sea! ¡No te había visto! comenté poniéndome la mano en el pecho y calmando mi corazón. Juraría que hacía un segundo no estaba allí eres tan... raro... dije centrando mi mirada en sus ojos grises.

      Él rió.

      -No soy raro.

      -Te tiras desde una azotea y no te matas, eres más blanco que la leche, pudiste parar mi caída, caíste encima de un coche y no le hiciste ni un solo rasguño, eh... sí, eres raro.

      Le vi tragar saliva y ponerse serio.

      -¿Eres un alienígena o algo así?

      Él me miró sin expresión.

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      -No, venga, dime, ¿qué eres? Porque no eres normal. Y a ver... pregunta fácil para el señor: ¿cómo se llaman las personas que no son normales? moví la mano para que él continuara raros, exacto me contesté a mí misma asintiendo con la cabeza.

      -No te callas ni debajo del agua, ¿verdad? preguntó con tono pesado.

      -Error, el agua hace que me entren más ganas de hablar una ráfaga de viento me rodeó haciéndome temblar dios… ¿cómo puede hacer este frío de repente? me quejé cubriéndome los brazos con mis manos.

      -Allí tienes una cafetería, seguro que hace más calor que aquí dijo señalándola.

      Su brazo pasó justo al lado de mi cara y, al fijarme en su piel, advertí una gran mancha verde de aspecto viscoso.

      -¿Qué… qué le pasa a tu piel? comenté extrañada señalando su antebrazo.

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      Él se lo miró y abrió los ojos horrorizado.

      -Joder, no, esto… no… -se apartó de mí yo…

      -¿Qué te pasa? dije acercándome a él preocupada.

      Se tocó el brazo, se puso la otra mano en el cuello y cerró los ojos temblando.

      -Eh… ¿estás bien?

      Su mano cubrió su cara y comenzó a murmurar unas palabras que no pude entender.

      -¡¿Qué... qué pasa?! -en mi voz se coló una nota de angustia.

      -He estado… demasiado tiempo bajo la llu… lluv…

      -¡Eh! me lancé a él al ver que se caía hacia atrás ¡Oye! le agarré evitando que se golpeara con el suelo.

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      *

      *

      *

      -¡Zahara! abrí la puerta de mi casa bruscamente.

      -Uah joder Sam, ¿no sabes abrir la puerta más despacio? dijo mi hermana levantándose del sofá y poniendo mala cara.

      -¡No! dije histérica necesito que me ayudes, un chico… un amigo… No sé qué le ha pasado, estábamos… Bah me dejé de explicaciones Tengo un problemón, ven, y ayúdame a meterlo en casa.

      -¿A meter a quién? ¿al problemón? rió para sí.

      Me giré y la miré suplicante.

      -Está bien, está bien… dijo saliendo con paso lento.

      Yo salí primero, así que comencé por coger al chico por las piernas. Cuando mi hermana salió, los ojos se le salieron de las cuencas.

      -¿Qué coño le ha pasado?

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      -Se… se desmayó en la parada de autobús.

      -¿Y en vez de llevarle a un hospital le traes aquí a casa? ¿Le conoces?

      Negué con la cabeza y sus ojos se abrieron más si cabe.

      -Sam… ¿tú estás mal de la cabeza? dijo echándose atrás.

      -Sabes que sí, así que venga, ayuda.

      Mi hermana se fijó en el rostro del chico y su expresión cambió de repente.

      -Bien… dijo agarrándole de las manos a la de tres…

      -Una… dos… y tres… las dos le levantamos, cogido por los pies y los brazos, y comenzamos a andar hacia la puerta.

      -No… no puedo… pesa… demasiado… -habló Zahara entrecortada y tambaleándose.

      -¡Mierda Zahara, déjale despacio en el suelo! dije gritando como una histérica.

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      -No, no, venga, puedo… vamos comenzó a andar hacia su habitación.

      -¿Qué haces? dije parándome en seco ¿piensas que le voy a meter en tu habitación?

      Ella se quedó callada.

      -A la habitación de papá, vamos comencé a andar tirando de los pies del chico. Ella me siguió.

      -Ahí dije señalando la cama de mi padre con la cabeza.

      Fuimos pasito a pasito hasta ella y le soltamos encima con cuidado.

      -Debería ponerse a dieta dijo mi hermana resoplando.

      Yo no contesté. Me senté al lado del chico y comencé a observarle.

      -Es bien guapo… -comentó acercándose a él y retirándole un mechón de la cara.

      Aparté la mirada del chico y suspiré.

      -¿Sam, qué pasa?

      -Tráeme del baño un poco de algodón y alcohol, anda.

      Para mi sorpresa, Zahara hizo lo que yo le pedía sin rechistar.

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      Volví a mirar al chico y comencé a pensar. Todo en él era tan extraño... su comportamiento no era normal. Hacía cosas que nadie podía hacer y le ocurrían cosas que a nadie le solían ocurrir.

      -Manchas verdes en la piel... me dije entornando los ojos.

      Él no era como los demás. Eso estaba claro.

      -Sam apareció mi hermana por la puerta No queda alcohol en el baño, pero... Toma, te he traído esto me mostró una botella de vodka.

      La cogí con seguridad y desenrosqué el tapón.

      -¿Para qué la necesitas? preguntó Zahara sentándose a mi lado.

      -Antes le vi una mancha en… le subí la manga del jersey ¿dónde está? pregunté desconcertada al no encontrar ni rastro de la mancha verde.

      -¿Dónde está el qué?

      -La… la mancha… Estaba convencida de que hace unos minutos tenía una mancha en el brazo… y ahora…

      -Definitivamente estás loca añadió marchándose de la habitación.

      Me quedé mirando al chico y reparé en sus perfectas facciones. No pude evitar sentir el corazón en la garganta. Tragué saliva volviéndolo a colocar donde estaba antes y me aparté de él.

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      Michael

      Pasé el día durmiendo, o eso creo, pues me desperté con los rayos de luna pegados a mi cabeza. No recordaba nada del día anterior… Había cerrado los ojos con el sol y los había abierto con la luna, ¿y entre medias? ¿Qué había pasado?

      No me incorporé, solo me froté los ojos. Después miré a mi alrededor y, al ver que me encontraba en un lugar desconocido, decidí no mover ni un solo músculo.

      -¿Dónde demonios estoy? me dije estudiando el techo.

      Me levanté de la cama y me encontré frente... frente a la chica suicida, que dormía tranquilamente en una silla de madera.

      Su respiración lenta y acompasada me hizo estremecer. Era capaz de oír la sangre fluir por sus venas, era capaz de sentir cómo con cada latido de corazón expulsaba más y más sangre por todo su cuerpo, era capaz de sentirlo todo. ¿Cuánto tiempo llevaba sin alimentarme?

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      De repente mi sed se hizo con la parte racional de mi cerebro, mis uñas comenzaron a crecer, mi cuerpo se tensó y mis dientes se afilaron para empezar a despedazar.

      Acerqué mis colmillos a su cuello y aspiré. El olor me hizo enloquecer.

      La chica murmuró unas palabras en sueños. Yo me separé y la observé. Se me escapó una sonrisa y después, inconscientemente, le acaricié una mejilla.

      Noté cómo mi corazón comenzaba a latir a más velocidad de la normal; sentía esa mejilla, sentía cómo nuestras pieles chocaban. Jamás había sentido la piel de alguien.

      Me puse la mano en el pecho, y noté mi corazón latir, pero no era uno de esos pálpitos salvajes… era uno dulce y melodioso, uno jamás experimentado.

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      Me separé de ella extrañado. Era comida, ¿por qué no era capaz de morderla? ¿Por qué despertaba esa sensación en mi cuerpo? Y por qué… ¿por qué era capaz de sentirla?

      Salí de la casa sin hacer ruido, intentando incluso que mis pies no hicieran crujir la madera vieja del parqué. Una vez fuera, reparé en mis alrededores, aquella calle daba asco; había basura por todo el suelo, las paredes estaban pintarrajeadas y olía a orina.

      -Maldita sea… -murmuré dándome un golpe en la cabeza ¿qué cojones hago aquí?

      De repente un olor distinto, un olor enloquecedor, un olor a óxido, me hizo abrir los ojos como platos.

      Olisqueé y otra vez apareció la sensación que había experimentado en la casa de la chica. Seguí el olor con los colmillos afilados y llegué hasta un callejón.

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      Me fui inevitable soltar una carcajada al ver el espectáculo que tenían montado aquellos dos. Una chica rubia de unos 20 años y un chaval de piel morena y cabello oscuro se lo estaban montando detrás de un coche. Lo dos, ya sin ropa, no se dieron cuenta de que yo estaba allí, seguían gimiendo y gritando como posesos.

      -¿Qué? ¿Os lo pasáis bien? dije entre risas acercándome a ellos y sentándome en el coche.

      -Pero gilipollas dijo el chico tapándose y pegándome un empujón ¿Qué coño te crees que haces?

      Caí al suelo y sentí cómo mis rodillas crujían. Me levanté, le miré y gruñí.

      -¿…Qué coño? exclamó la chica echándose atrás.

      -Vámonos, Julie dijo el chico al ver mi reacción.

      -No, no, nadie se va a ir a ningún lado les advertí mostrándoles mis dientes.

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      Cogí a la chica por el cuello y giré con maestría su cabeza. Oí sus huesecillos crujir. El chico gritó horrorizado. Yo reí dejando caer el cuerpo al suelo.

      Nunca había matado a dos personas juntas, jamás había tenido la necesidad, con una me bastaba, incluso me sobraba sangre. Pero... Estaba hambriento, llevaba no sé cuántas horas sin comer y lo necesitaba, necesitaba llenar de sangre hasta la última vena de mi cuerpo.

      El chico berreó como un loco… Sobre todo cuando vio que, una vez sin vida, remataba el cuerpo de su novia a mordiscos. A él le había hecho unas profundas heridas en las piernas para evitar que huyera, se iba desangrando poco a poco... Eso sí, sin perder la consciencia en ningún momento, aquel se merecía morir de la peor manera posible.

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      Fue satisfactorio sentir la sangre correr por mi cuerpo; porque sí, corría, iba de un lado a otro reactivando cada músculo que tocaba.

      Salí de allí lleno a rebosar. Me encantaba esa sensación.

      Me limpié la boca con la manga del jersey y me marché con paso lento. Al pasar la verja miré atrás y, al ver los dos cuerpos sin vida tendidos en el suelo, me entró un escalofrío.

      Una vez que la sed pasaba, mi cerebro volvía a funcionar con normalidad, y aquello que hacía… era horrible, propio de un monstruo, YO era un monstruo.

      -Deja de pensar en gilipolleces -me dije entre dientes echando a volar.

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      Llegué a mi casa en apenas seis minutos.

      Durante todo el camino no dejé de darle vueltas a lo que había ocurrido aquella noche.

      No entendía cómo había llegado a la casa de la chica. Sólo recordaba haber estado hablando con ella en la parada de autobús y…

      -La lluvia dije abriendo la puerta de mi casa Claro, la maldita lluvia y las manchas repugnantes de mi cuerpo…

      Ahí estaba la cuestión, seguramente me habría desmayado… Siempre que me tocaba la lluvia, me ocurría eso.

      Me situé cara a la ventana y me evadí observando a la gente del piso de enfrente. Odiaba darle demasiadas vueltas a las cosas, me sentía estúpido.

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      Samantha

      -No, no, no… -murmuré entrando en el salón joder Zahara, ¿has dejado que el chico se fuera?

      -¡Pero qué dices!, ni sabía que se había pirado habló disgustada mientras se metía una cucharada de cereales en la boca siempre echando la culpa a los demás sin tener ni idea de nada… -murmuró

      -¿Y por qué coño se ha ido sin despedirse? Ni un gracias, ni un encantado, nada…

      -Tú sabrás… Ahora, si le hubieras dejado dormir en mi habitación yo le habría tenido controladito…

      No dije nada, la miré con odio y me marché a la cocina a preparar mi desayuno. Ahora que no trabajaba tenía todo el tiempo del mundo para cocinar, y me apetecían unas tortitas con nata, sí.

      -¡Me largo al colegio! gritó mi hermana cerrando la puerta de un portazo.

      De repente la conversación con la doctora me vino a la cabeza. El dinero que teníamos que ingresar en la cuenta del hospital… El dinero que mi hermana no había llevado al banco… Tenía que hablar con ella seriamente.

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      Me metí en el cuerpo cinco tortitas gigantes acompañadas de nata y caramelo. Después me pegué una ducha fría, me vestí y me marché de casa con ochocientos currículos en la mano preparados para aterrizar en todas las tiendas, restaurantes y empresas de la ciudad. Necesitaba un trabajo.

      Anduve unas cuantas calles hasta llegar al lugar en el que siempre aparcaba el coche, era un callejón estrecho en el que seguro estaba a salvo. Aquel barrio era asquerosamente peligroso para mí y mi coche.

      Al entrar en el callejón me quedé sin palabras. Noté cómo mis piernas flaqueaban y cómo se me nublaba la vista. La boca se me desencajó y los ojos salieron fuera de mi cuerpo.

      -¿qu…qué es… esto? conseguí articular dando unos cuantos pasos hacia atrás y cogiendo el móvil.

      Una chica y un chico yacían debajo de mi coche ensangrentados, llenos de heridas y con las caras completamente desfiguradas.

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      Marqué el número de la policía y, después de diez minutos esperando más nerviosa que nunca, llegaron al lugar del crimen y comenzaron a examinar los cuerpos. Yo no miraba, seguía allí de pie con el cuerpo tembloroso.

      El policía que parecía llevar el cotarro me pidió que le acompañara a la comisaría y yo, que me había quedado muda, le acompañé sin rechistar.

      -Una maldita hora, ya ha pasado una maldita hora me quejé cambiando de postura. Ya me dolía el culo de tanto esperar.

      -Samantha Vergara me llamó un hombre de cabello castaño, perilla y traje negro ¿podría acompañarme?

      -Ya era hora… -dije entre dientes siguiéndole algunos tenemos una vida que sacar a flote, ¿sabe?

      El hombre se dio la vuelta y me miró bien serio.

      -Perdone, será rápido.

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      Entré en un cuartucho con paredes, baldosas y muebles grises. Encima de la mesa había una bombilla que únicamente nos iluminaba al policía y a mí, y justo enfrente de nosotros había un espejo de gran tamaño reflejando nuestros movimientos.

      Todo aquello me sorprendió bastante, nunca había estado en una sala de interrogaciones, nunca había sido interrogada. Un momento, ¿por qué me interrogaban? Yo no había hecho nada.

      -Señorita Vergara, ¿a qué hora encontró los cuerpos? habló el tipo trajeado anotando cosas en su cuaderno.

      -Mmm…. hace una hora aproximadamente.

      -¿Movió los cuerpos? ¿Los cambió de postura?

      -Sí, claro, llegué y me puse a toquetear los cadáveres comenté con ironía poniendo mala cara lo que siempre hago, vamos.

      -Esto es serio, acaban de morir dos personas inocentes a mordiscos, ¿entiende? a mordiscos.

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      Yo tragué saliva y sentí el pánico apoderarse de mi cuerpo.

      -A mordiscos… -repetí en un susurro No, no les toqué reaccioné.

      -¿Vio algo?

      Negué con la cabeza.

      -¿A alguien por allí cerca?

      Volví a negar esta vez más violentamente.

      -Señorita Vergara, antes de encontrarlos ¿adónde se dirigía?

      -A echar currículos por el centro. Iba a coger el coche y… -bajé la mirada pues eso.

      -¿Dónde estaba ayer por la noche? A eso de… -echó una ojeada a unos papeles a eso de las 3 de la madrugada.

      Le miré sorprendida. ¿Qué importaba eso?

      -En casa contesté seria durmiendo.

      -¿Alguien lo puede corroborar?

      -Mi hermana.

      -Si no me equivoco… su padre tiene antecedentes por tráfico de drogas, ¿no es así?

      Asentí sorprendida por el rumbo que estaba tomando la conversación.

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      -Uno de los chicos asesinados era traficante y tenía el número de su padre en el móvil. Además… -volvió a mirar los papeles -cuando detuvieron a su padre encontraron el mismo tipo de droga que el que han encontrado en el pantalón del chico. Droga de fábrica, es muy particular.

      -¿Y eso qué coño tiene que ver? Comenté con el ceño fruncido -está insinuando que mi padre tiene algo que ver con…

      -No me interrumpió sólo le informaba. ¿Su padre dónde está ahora mismo?

      -En el puñetero hospital salté a la defensiva está en coma por una sobredosis. Pero… mi expresión se volvió sarcástica de nuevo sí… puede ser, puede que haya despertado del maldito coma y se haya ido a asesinar al chico ése por unos cuantos gramos de cocaína terminé a gritos.

      -Tranquilícese me exigió con su cara de muermo

      -Estoy muy tranquila murmuré

      El policía se levantó e hizo una seña al espejo. Después me miró.

      -Gracias por su tiempo, señorita Vergara.

      Me levanté con mal genio y me marché de allí a toda prisa.

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      Michael

      Abrí los ojos de par en par y miré a mi alrededor. Una inexplicable sensación de tranquilidad me meció el cuerpo al ver que estaba en casa.

      Me aparté de la cara unos cuantos mechones de pelo y me incorporé. Bostecé, estiré todo mi cuerpo y bajé la persiana, había demasiada luz. Al hacerlo me fijé en mis uñas, aún tenía sangre reseca de la carnicería de la noche anterior.

      -¡No! ¡Joder! Me levanté de un salto -¡los cuerpos!

      Repasé en un segundo la noche anterior al completo, todo lo que había pasado; cómo les había sorprendido, cómo les había asesinado y cómo me había marchado de la escena del crimen dejando allí los cuerpos desfigurados.

      Al recordarlo sentí una gran punzada de dolor en el pecho. Cómo podía ser tan estúpido, había olvidado calcinar los cuerpos, los había dejado allí…

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      -Las marcas de mis colmillos dibujadas en su piel... -me dije martirizándome todas las pruebas que siempre oculté… Las pruebas que demuestran que los vampiros existen… ¡Joder!

      Dejé de pensarlo, me vestí en medio segundo y me marché por la ventana.

      Llegué al lugar más rápido que nunca, pero no encontré ni rastro de los cadáveres al entrar en el callejón. Seguía el coche, pero no había nada más.

      Me agaché y miré debajo de la chatarra, pero allí tampoco había nada.

      -¿Qué haces? una voz conocida me sobresaltó.

      Me levanté en silencio y respiré unas cuantas veces. ¿Qué le decía?

      -¿Se puede saber qué haces mirando debajo de mi coche? volvió a preguntar con un tono mucho más agresivo.

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      Editado por CasieFiccion

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        Wow, me encanta, es muy original tu historia y los escenarios tambien son muy buenos :P Espero el siguiente capi ^^

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          ¡Está genial el capi! Menos mal que no ha salido la pelirroja xD. Samantha me encanta, pero su hermana me cae gorda :lol:. A ver en qué termina el asunto este de los cuerpos ;).

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            me encanta tu historia que no hagia comentado, era porque estava leyendo siguelo plis :lol:

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              Madre mía, ¡qué pedazo de historia! Pinta muy, muy bien, Me encanta cómo relatas, logras transmitir :)

              Bueno, Michael, aunque sea un vampiro, me gusta :P

              Y Samantha, pobrecilla, vaya jefe tenía. emnos mal que se ha librado de él. Ahora a buscar trabajo como una loca.

              La pelirroja... Sin comentarios <_<

              Y bueno, a ver qué pasa con los cadáveres.

              Sigue pronto que lo has dejado muuuuy interesante.

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                Ei que bueno escribes!! Muy bueno eh ? Sabes relatar muy bien eh ? Tendrias que ser escritora XD y las fotos estan muy buenas :)

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                  Ohhhhhhhhhhhh! Muchísimas gracias por vuestros comentarios! Me alegra muchísimo que os guste! Qué ánimos :D

                  -Yo… eh... –me di la vuelta y le sonreí sin tener ni idea de qué decir.

                  -Tú… –murmuró al verme la cara –eres…

                  -Yo, sí, y… esto…

                  -Así que además de saltar desde azoteas, te dedicas a mirar debajo de coches en busca de… –me miró entornando los ojos –¿en busca de qué?

                  -De mi anillo –dije resuelto –sí, se me perdió ayer, y… como pasé cerca de aquí al irme a casa pues… Se me debió caer por aquí, seguro –acabé con una sonrisa forzada.

                  -Esta mañana he encontrado dos cadáveres justo ahí debajo.

                  -¡¿Dos cadáveres?! –exclamé falsamente.

                  -Así que te lo preguntaré bien clarito o si lo prefieres llamo a la policía y que te lo pregunten ellos mismos. Qué-estás-haciendo-ahí-debajo.

                  -Está bien –respiré haciendo funcionar al máximo mi cabeza. Debía inventar algo, algo bueno –ayer, al marcharme de tu casa, oí unos cuantos gritos por aquí cerca, no tuve los cojones de acercarme a ver qué pasaba y huí como un cobarde. Esta mañana, pasaba por aquí cerca y he visto unos cuantos coches patrulla, algo me decía que lo que oía ayer era serio. Cuando se han marchado he decidido venir a ver qué había pasado. Ya está, era solo eso, la curiosidad del ser humano –acabé con una sonrisa.

                  La chica levantó una ceja y me miró muy seria.

                  78.jpg

                  -Ocultas algo, ¿verdad?

                  Yo resoplé.

                  -Que pesadita con ese tema, no oculto nada.

                  -Ahora me vas a decir que eres un chico totalmente normal y que simplemente has venido a ver qué pasaba, ¿no? ¿Crees en serio que me lo voy a tragar?

                  De repente, una gota de lluvia se metió en mi ojo.

                  -Mierda –exclamé poniéndome las manos sobre la cabeza –¿Podemos hablar de esto en tu casa? –dije directo.

                  -¿Qué?

                  -Por favor, vamos –salí del callejón y corrí hasta la casa de la chica.

                  Me situé bajo su minúsculo porche y la sonreí. Ella entornó los ojos y me apartó de un empujón.

                  -Eres realmente extraño... –murmuró mientras abría la puerta –y yo gilipollas por dejarte entrar en mi casa.

                  -Gracias –comenté velozmente entrando a mis anchas en su diminuto salón –odio la lluvia.

                  -Ya veo ya...

                  77-1.jpg

                  -¿Tienes algo de comer? –dije para aparentar normalidad, yo jamás me alimentaba de ese tipo de comida. Sabía de sobra que no tenía nada para ofrecerme, se olían los alimentos en mal estado desde la calle.

                  Ella soltó una carcajada. Yo la miré sin comprender.

                  -¿Además de cobijarte en mi casa crees que te voy a dar de comer? ¿En serio? –comentó irónica –mira, sinceramente... no es que seas un invitado de honor, precisamente... No tengo ni idea de quién eres, no sé de dónde has salido, no sé dónde vives, ni siquiera sé tu nombre, ni...

                  -Michael –solté anticipándome a sus palabras –Michael Rewner, ¿y tú te llamas...?

                  Alzó una ceja y volvió a reír.

                  -No te lo voy a decir.

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                  Samantha

                  -¿Cómo? ¿Por qué...? –preguntó descolocado –¿acaso no tienes nombre?

                  Yo no le contesté, no creía necesario decírselo, no tenía ningún interés en que supiera algo más de mí. Aquel chico me resultaba de lo más extraño, sabía que ocultaba algo, me daba mala espina... Por supuesto, el haberle visto en el lugar del crimen no había aportado nada bueno a la imagen que ya tenía de él. Si había una cosa clara es que yo no tenía buena suerte, y aquel muchacho parecía ir siempre acompañado de problemas y misterios. Si sumaba “Samantha mala suerte” + “problemas” el resultado era muy claro: fin del mundo. Sí, justo eso.

                  -Muy bien, entonces te llamaré... rubia, por ejemplo.

                  -Si me llamas así, espera sentado a que te conteste.

                  -Eres rubia, ¿cómo quieres que te llame?

                  -Lo de rubia es de lo más barriobajero, no aguantaré que me llames así.

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                  -Barriobajero, ya... Y... ¿tú qué eres? –comentó por lo bajo.

                  -¿Perdona? Repite eso –dije ofendida –¿acabas de llamarme barriobajera?

                  Él se apartó de mí entre risas.

                  -Bromeaba –se acercó a la ventana y asomó la cabeza con cuidado.

                  -Barriobajera... –me repetí sin creérmelo.

                  -Ha parado de llover.

                  -Pues largo de mi casa –dije ofendida por el comentario anterior.

                  Él me miró divertido.

                  -¿Me echas?

                  -Te invito a largarte de mi casa –abrí la puerta y salí fuera señalando el suelo mojado -¿mejor así?

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                  Soltó una carcajada y se acercó un poco más a mí. Yo aparté enseguida la mirada de él y comencé a ponerme nerviosa.

                  -Mucho mejor, Samantha.

                  Sentí un escalofrío al oír mi nombre salir por su boca.

                  -¿Cómo...? ¿Cómo sabes mi nombre?

                  -Lo pone en tu buzón –lo señaló curvando los labios hacia un lado y juntándose un poco más a mí –no se te da bien ser misteriosa.

                  -Al... al contrario que a ti, claro.

                  Bajé la mirada ruborizada, ¿qué me pasaba? No podía aguantar ni un minuto más sus ojos clavados en mí. Estaba claro que era un completo imbécil, pero su rostro era de lo más hermoso...

                  Él volvió a reír.

                  -Estás empeñada en pensar que oculto algo, ¿verdad? Créeme, mi vida es de lo más normal; me levanto, desayuno, voy a trabajar, vuelvo y me acuesto.

                  -Ya, y... ¿en qué trabajas si puede saberse?

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                  Me miró entornando los ojos y sonrió.

                  -No te lo voy a decir.

                  -¡Já! Tú sabes mi nombre y dónde vivo, ahora es a ti al que le toca decir algo de su vida.

                  -¿Cuándo se volvió esto un juego?

                  Me quedé sin saber qué decir, sus palabras eran realmente impertinentes.

                  -Eres…

                  -¿Soy…? –dijo divertido –nunca lo sabrás.

                  -Claro que sí.

                  -Pues tendrá que ser otro día, Samantha, lo siento, debo irme –se separó de mí –el trabajo, ya sabes –dio media vuelta entre risas.

                  -Maldito gilipollas... –farfullé cerrando las manos en puños y recuperándome de su presencia.

                  Le oí reírse al doblar la esquina y murmurar unas palabras sin sentido.

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                  Entré en casa y me puse a limpiar la cocina. Necesitaba hacer algo, necesitaba tener la mente y el cuerpo ocupados, si no mi estado de histeria aumentaba y se hacía con mi "yo" consciente. Aquel maldito imbécil era capaz de sacarme de mis casillas, jamás había conocido a alguien tan repelente como él.

                  Oí la puerta de casa crujir y supe que mi hermana había llegado del colegio.

                  -Zahara –dije con un suspiro –¿puedes venir?

                  -Que quieres... –no vi su expresión pero supe que había puesto los ojos en blanco.

                  -¿Dónde está el dinero del hospital?

                  -¿Qué dinero?

                  Paré de limpiar y la miré bien seria.

                  -Mañana quiero el dinero metido en el banco, ¿me oyes?

                  -Sí... –contestó con tono pesado –solo le debía un dinerillo a Martha, pero ya está todo solucionado, mañana lo ingreso.

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                  -Si necesitabas dinero ¿por qué no me lo pediste a mí?

                  -¿Me lo habrías dado?

                  -Puede ser.

                  -Pero si no tenemos ni para comer, ¿qué me vas a dar tú? –habló despectiva.

                  -¿Para qué crees que estoy trabajando? –elevé el tono y me acerqué más a ella.

                  -¿Trabajando? ¿No te habían despedido?

                  -¿Cómo… cómo sabes tú eso?

                  -Conozco a la sobrina de tu jefe, bueno… –alzó una ceja divertida –de tu antiguo jefe. Ni para trabajar de camarera sirves…

                  -Eres gilipollas. No tienes ni puta idea de lo que es sacar adelante esta mierda de familia, ¡ni idea!

                  -¿Sacar adelante? ¿A esto le llamas tú sacar adelante? –se dio media vuelta –eres igual que mamá… –murmuró.

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                  Yo hice oídos sordos. Tenía los nervios a flor de piel, me ardía la mano y sentía pequeñas pulsaciones en la sien, si seguía discutiendo con ella acabaría por darle un guantazo.

                  Sabía que Zahara odiaba a mi madre por habernos dejado solas en Greentown con mi padre. Sin embargo, y aunque creyera que sí, no tenía ni idea de lo que había ocurrido para que se fuera de casa. Mi madre tenía verdaderos motivos para irse, motivos que tan solo ella, mi padre y yo conocíamos.

                  -Esta noche saldré, así que no me esperes despierta –dijo acercándose de nuevo a la cocina.

                  -Es jueves, mañana tienes clase.

                  -Mañana mi clase se va de excursión. Como yo no he podido pagarla, pues… no voy… –habló como si se sintiera orgullosa de aquello –ya ves, así es como sacas tú a flote esta familia… Y la excursión era importante, ¿eh?

                  -Vete… a tu… habitación –dije entrecortada. Notaba la sangre fluir por mis venas.

                  -Podrías dejarme la falda verd...

                  -¡VETE!

                  Zahara no dijo más. Se fue a su habitación, se puso algo más corto y ajustado y se largó por donde había venido.

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                  Miré el reloj con el pulso tembloroso, tan sólo eran las siete de la tarde y yo necesitaba salir de casa. Tenía una entrevista de trabajo a las nueve de la noche, aún era pronto, pero no podía estar más tiempo allí encerrada. Cogí mi currículo y, en escasos minutos, llegué al lugar citado.

                  No estaba muy lejos de dónde yo vivía, el barrio era parecido al mío incluso, igual de sucio y nauseabundo. A mi derecha, unas cuantas chatarras aparcadas y dos bancos astillados, y a mi izquierda, una carretera sin asfaltar, una pareja de drogadictos, y cuatro cubos de basura maloliente. Aquel lugar daba asco… Aunque, bueno, tampoco aspiraba a más.

                  Me acerqué a la puerta con paso lento.

                  -Una discoteca para prostitutas y yonquis –me dije con cara de asco. Me lo pensé unas cuantas veces antes de entrar, ¿en serio estaba cayendo tan bajo? –Es lo que hay, Sam –me dije dando un paso adelante.

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                  Abrí la puerta con curiosidad y unos cuantos focos de luces verdes y azules me recibieron con miles y miles destellos de bienvenida.

                  -Uau… –me dije frotándome los ojos.

                  Aquel lugar no estaba tan mal como parecía desde fuera. Los muebles, de un blanco impoluto, estaban en perfecto estado y colocados con precisión en medio de la sala; las paredes, del mismo color que los focos del techo, parecían recién pintadas; y las baldosas del suelo, también azules y verdes, servían de espejo de lo limpias que estaban. Di unos cuantos pasos hacia delante y me encontré frente a una pista de baile, la cual estaba presidida una mesa de mezclas.

                  Respiré hondo y me sorprendí a mí misma reconociendo en el ambiente un toque de hierbabuena y limón.

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                  -Perdona, ¿buscabas a alguien? –una voz desconocida me sobresaltó.

                  -Ho… hola, soy Sam, Samantha, la chica de la entrevista de trabajo.

                  -Son las siete y cuarto –comentó mirando su reloj.

                  -Ya…

                  -Habíamos quedado a las nueve, ¿no?

                  Asentí nerviosa. Aquel chico tenía cara de pocos amigos.

                  -La puntualidad es lo mío –dije con una sonrisa de oreja a oreja.

                  Él ni se inmutó. Se puso detrás de la barra y me hizo una seña con la mano para que me acercara a él. Hice el amago de sentarme en una silla que había cerca de la barra pero él me paró.

                  -Va a ser rápido –habló serio –¿Tienes experiencia?

                  -Sí, mucha, de hecho. Mis últimos trabajos han sido en bares; dos de ellos en restaurantes de lujo y los otros tres en bares de este estilo… Eran así parecidos, con la barra y la pist…

                  -¿Qué edad tienes? –me cortó.

                  -Veintiún años, veintidós dentro de dos meses.

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                  -Mucha experiencia para tu edad, ¿no? Debiste empezar muy joven a trabajar.

                  -Pues…, no creas, el año pasado…

                  -Entonces… –levantó una ceja –No te han durado mucho los trabajos, ¿me equivoco?

                  -Em… –noté caer unas cuantas gotitas de sudor frío por mi frente. La estaba cagando –he tenido mala suerte… Pero estoy dispuesta a trabajar duro, y a darlo todo en la barra, por supuesto –sonreí.

                  -Ya, bueno, muchos antes han dicho eso mismo y ahora están fuera –se dio la vuelta y comenzó a limpiar unas cuantas copas –ando con prisa, así que no te preguntaré más. Ven esta noche, y… ya vemos cómo te va.

                  -Muchísimas gracias, no te vas a arrepentir, ya verás –me fui alejando de él dando pequeños saltitos de alegría

                  -Ya, y eh… rubia –sentí un puñetazo invisible –ponte algo más cortito, algo más femenino.

                  Me paré en la puerta y me miré de arriba abajo. ¿Cortito? ¿Femenino? Pero… ¿Qué le pasaba a mi ropa?

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                  Michael

                  Cuando el cielo acabó por fundirse en tonos azules y grisáceos, salí de casa en busca de una nueva víctima. Como siempre solía hacer, volé hasta los barrios bajos de GreenTown, allí siempre había comida. No me costó ni un segundo localizar un buen trozo de carne; andaba por allí sola entre callejones y basura. Su olor, al igual que su andar, era delicioso.

                  Salté sobre ella y comencé a morderla. No se quejó, no le dio tiempo.

                  Cuando estaba rematando el cuerpo, un sonido conocido me hizo detenerme.

                  -Lo sabía –oí tras de mí.

                  Mi cuerpo se tensó más de lo que ya estaba y escupí las únicas gotas de sangre que quedaban en mi boca. Ahora que me había visto, debía matarla.

                  -Puedes seguir –continuó –por mí no pares, ya he cenado –noté una nota de humor en su tono.

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                  Me di la vuelta sorprendido y, sin mover ni un solo músculo de mi cara, la miré expectante. No me equivocaba, era ella.

                  -Así que… cazas por aquí… –dijo mirando a su alrededor –un bonito lugar, muy oscuro.

                  -¿Qué… qué hace una chica como tú por este barrio…? –pregunté desconcertado.

                  -Pasear.

                  -¿Por estas calles? Son peligrosas.

                  -Me gusta esta zona, a ti también por lo que veo. Ya van… ¿Tres desde la última vez que nos vimos?

                  -¿Tres qué? ¿De qué hablas? –me di la vuelta y observé el cuerpo desfigurado de mi víctima –no me andaré por las ramas… No puedo dejarte ir.

                  La pelirroja rió.

                  -Da gracias que te haya dado unos minutos más de vida –hablé amenazante acercándome a ella.

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                  -Michael, no me vas matar –dijo entre risas –o al menos no en este momento, tendrás que pillarme con la guardia baja, y ahora estoy muy despierta, créeme.

                  Solté una carcajada. Aquella chica era graciosa, no cabía la menor duda, pero… Su atrevimiento me estaba empezando a cansar.

                  -Te llamabas… Agnes ¿Verdad?

                  Asintió con una sonrisa de oreja a oreja.

                  -Agnes, ¿te das cuenta de lo que acabo de hacer con esta chica? ¿Crees que esto es un juego?

                  Ella volvió a reír y se acercó un poco más a mí.

                  -No te recomendaría que te pusieses tan cerca, en cualquier momento…

                  -Michael –me interrumpió cambiando su expresión –conozco este juego tan bien como tú. Un lugar oscuro en el que nadie pueda oírte, un yonqui, una prostituta o un simple ciudadano, un movimiento rápido y ¡zas!

                  Yo me quedé observándola en completo silencio. Sin quererlo me vi alejándome de ella.

                  -Pensé que nunca encontraría a alguien como yo –continuó –pero… ya ves, al final el destino nos ha unido. Deberías ser más precavido, cualquiera podría haberte visto.

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                  -¿Qué coño quieres decir?

                  -Matas a gente por su sangre, ¿no es así?

                  No la contesté, no me podía mover. Aquello me resultaba irónico, no podía ser verdad, ¿cómo sabía tanto de mí? ¿Acaso ella era como yo…? Imposible

                  -Sí, Michael, soy de los tuyos –dijo como si fuera capaz de leerme la mente –deberíamos hablar de esto más tranquilos, ¿no crees? ¿Te apetece una copa?

                  -No puede ser, no eres… como yo…

                  -Claro que sí –rió

                  Me di la vuelta impresionado.

                  La pelirroja posó su mano en mi hombro, me puso frente a ella y, al ver mi expresión pasmada, volvió a reír.

                  Pude ver entre la confusa oscuridad el destello de unos colmillos níveos y puntiagudos, unos colmillos como los míos.

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                  -Vamos, quememos el cuerpo y vayámonos a tomar algo, conozco un sitio por aquí cerca que no está mal.

                  La hubiera dicho que no, incluso, aunque fuera de los míos, la habría matado, pero no podía reaccionar, me había quedado completamente bloqueado, mudo; ni un “sí”, ni un “no”, ni un “márchate”. Nada, no era capaz de decir absolutamente nada.

                  -Límpiate la cara, Michael –me dijo mientras cogía el cuerpo de la chica con maestría.

                  Comenzó a andar calle abajo con la chica al costado. Yo me limpié la sangre seca de los labios y la seguí en silencio. ¿Qué más podía hacer?

                  Volamos hasta un descampado que había cerca del lugar al que nos dirigíamos, y calcinamos el cuerpo de la muerta sin sentir ni un ápice de compasión.

                  Agnes era sorprendentemente rápida y ágil, se movía con una destreza y una maestría increíble. De vez en cuando miraba atrás y reía.

                  -Eres lento, Mike, y torpe, permíteme decirte –decía entre risas.

                  Tenía razón, para qué negarlo; cualquier persona era torpe y lenta comparada con ella.

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                  Llegamos en menos de diez minutos al lugar, que se encontraba en pleno centro de la ciudad, en uno de los barrios más cochambrosos de GreenTown, TrisialPerk.

                  Sin embargo, para mi sorpresa, el bar no estaba nada mal; había buen ambiente, buena música y buen… buen servicio…

                  -Vaya, vaya… –me dije mirando a la camarera de arriba abajo. Era una humana realmente atractiva.

                  -Empiezo a plantearme que la gente de aquí está en celo –habló ofendida por el tono de mi voz.

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                  Cuando me miró, su rostro se tensó, abrió la boca, y pude ver que sus cejas se ceñían. Yo la miré con curiosidad sin comprender aquel gesto de desagrado. Cuando nuestras miradas volvieron a coincidir entendí aquella expresión ofuscada. Nos conocíamos, era Samantha, la chica con doble personalidad que me había “cobijado” de la lluvia.

                  -Hasta en la sopa, hasta en la maldita sopa… –comenzó a murmurar mientras llenaba unas cuantas jarras de cerveza.

                  -¿No te cansas de seguirme? –bromeé apoyándome en la barra.

                  -Trabajo aquí, imbécil –soltó de mala gana.

                  -No creo que a tu jefe le guste que trates así a los empleados…

                  -¿…Qué quieres? –dijo después de respirar hondo unas cuantas veces.

                  -Dos cervezas, por favor.

                  No dijo más, me las dio con brusquedad y se puso a atender a otros clientes.

                  Yo me di media vuelta y me dirigí hacia donde estaba la pelirroja, que nos miraba con curiosidad mientras marcaba el pulso de la música con la cabeza.

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                  -¿De qué hablabais? –preguntó Agnes entrometidamente.

                  -Como si no lo hubieras escuchado… –comenté con mala cara dejando las jarras de cerveza en la pequeña mesa que nos acompañaba.

                  -Venga, Mike, ahora somos amigos, ¿no? –se puso de pie y se acercó a mí con actitud insinuante –deberías ser más considerado. Al fin y al cabo somos…

                  -No lo digas.

                  -Iguales –sonrió -¿te apetece bailar?

                  -No.

                  -Vamos, anda –me agarró la mano y me llevó a la pista –no entiendo por qué te pones así, ¿acaso te desagrada que haya otros como tú?

                  -Pensé que yo era el único… –bajé la mirada con el ceño fruncido. Ella rió y comenzó a acercarse poco a poco a mí mientras movía las caderas de un lado a otro. Me cogió las manos y las puso en su cintura.

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                  Me dejé llevar y comencé a bailar sin prestar mucha atención a sus movimientos provocativos. Agnes parecía un ángel, era realmente hermosa, pero aquel juego que se traía me cansaba; no sólo tenía novio, no sólo había conseguido que cayera en sus redes en el ascensor, sino que además ahora también se me presentaba insinuante.

                  -Tu cara es… –dijo acercándose más aún –perfecta.

                  Yo no la contesté, solo me separé un poco de ella y seguí bailando.

                  Al pasar unos minutos la pista comenzó a llenarse de gente, y entre la multitud alcancé a ver a Samantha, que hablaba con el que parecía ser el jefe de aquel lugar.

                  La chica no apartaba ni un segundo la mirada de mí, y yo… seguía a lo mío, bailando y pensando en todo lo que había pasado aquella noche.

                  -Michael, di algo –me exigió Agnes –estás muy callado.

                  -Soy callado.

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                  Aparté de ella la vista y fijé mi mirada de nuevo en Samantha. Agnes seguía hablando, pero yo no la escuchaba, no podía apartar la mirada de la chica rubia. Nunca me había fijado en sus curvas, tampoco en su rostro, ni en su cabello rubio, ni en sus finas manos, en nada. Pero ahora… ahora la miraba y…

                  -¿Se puede saber qué miras con tanto interés? –preguntó Agnes poniéndose delante de Samantha.

                  Se dio la vuelta y la miró, después centró su mirada en mí y, en un segundo, sin venir a cuento, sus labios chocaron contra los míos. Yo, inconscientemente, me separé de ella mirando a Samantha, quien, con el ceño fruncido nos mirada atónita. No lo pensé ni un segundo, no sé por qué lo hice, pero volví la mirada a Agnes y la besé de nuevo.

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                  Samantha

                  No lo podía creer, aquella mujer pelirroja le estaba besando… A alguien cómo él; tan frío, tan serio, tan extraño… ¿a quién le podía gustar un ser tan impertinente y estúpido como Michael?

                  -A nadie –me dije.

                  -¿Cómo? –preguntó sin comprender Paul, mi nuevo jefe, que me estaba explicando cómo funcionaban allí las cosas y a lo cual yo no prestaba la más mínima atención.

                  -Na… nada, nada. Perdona.

                  Me era inevitable, no podía parar de mirarles; la veía a ella tan pegada a él, tan acaramelada… Y a él tan cariñoso, tocándola de aquella forma, acariciando cada parte de su cuerpo…

                  No entendía nada, Michael tenía novia, vale, sí, pero… Un momento, ¿por qué me importaba? ¿Por qué sentía esa rabia por dentro?

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                  Dejé de pensar en todo aquello y me marché a la barra, había bastante gente y debía atenderlos.

                  -Hola Samantha.

                  Levanté la vista y vi a Michael frente a mí.

                  -No sabía que tuvieras novia –solté sin pensar.

                  Su rostro cambió y se puso serio.

                  -No es mi novia, sólo somos… Amigos

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                  -Vaya, tu concepto sobre la amistad es bastante… curioso, ¿no crees? ¿A todas tus amigas las tratas así? –pero bueno, ¿qué me pasaba? ¿Por qué le daba un sermón?

                  -¿Tengo que convencerte de algo acaso?

                  Bajé la mirada avergonzada y negué con la cabeza.

                  -Nos vamos ya, así que… Ya nos veremos por ahí. Te las arreglarás de una u otra forma para volver a verme. Es lo que haces siempre –comentó con aires de superioridad y dándose media vuelta.

                  -Engreído –dije viéndole marchar –engreído de mierda.

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                  Al dar las 3 de la madrugada la gente comenzó a abandonar el local. Paul me confió las llaves de la entrada y varias copias de la de la caja. Debía hacer recuento de los beneficios de la noche y cerrar la puerta cuando hubiese terminado de recoger todas las copas vacías y la basura del suelo.

                  Así lo hice, y a las 4 menos cuarto de la noche salí a la calle más cansada que nunca.

                  La soledad se podía respirar en cada esquina de la calle, una soledad fría y lúgubre; daba miedo andar por aquel barrio, no había absolutamente nadie caminando por allí.

                  Bajé la calle más rápido que nunca, no corría, andaba, pero mi corazón no dejaba de dar trompicones; con cualquier ruidito se agitaba y se ponía a darme golpes en el pecho.

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                  De repente, el ruido de un motor desgastado rompió el silencio que reinaba en aquel lugar, mire atrás y vi un coche pisándome los talones.

                  Me bajé un poco el vestido y me tapé con una mano el pecho disimulando mi escote.

                  -Tch, tch –me llamó uno sacando la cabeza por la ventanilla –¿A dónde vas, rubita?

                  -A ver a mi novio –hablé temblorosa –es policía, por cierto –murmuré –y culturista…

                  Los oí reír a carcajadas.

                  -Nunca te habíamos visto por aquí –habló otro con voz grave y acento inglés.

                  Oí cómo el sonido del motor se paraba y cómo el conductor les murmuraba algo a los ocupantes de su coche.

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                  -Hace mucho frío para ir así de fresca, ¿no crees? –dijo uno bajándose del coche y acercándose a mí.

                  Yo me di la vuelta y, temblorosa, estudié su rostro con la mirada. Los demás salieron del coche detrás de él. Eran cuatro, tendrían no más de treinta años y eran fuertes y anchos como mamotretos. Todos parecían armarios menos uno de ellos, que debía ser el más joven. Éste me observaba con un halo de culpabilidad en la mirada, ¿qué estarían pensando hacerme?

                  Los cuatro se acercaron más aún a mí y me rodearon. Era como una pesadilla.

                  -¿Me has oído, chica?

                  -Jota, basta –habló autoritario un chico rubio con una camisa a cuadros y tirantes –la señorita se está asustando.

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                  Yo le miré sin comprender. Ellos rieron.

                  -¿Qué… qué queréis? –Musité con el cuerpo tembloroso –si es dinero… coged el bolso… llevároslo, pero no me…

                  -No, no queremos el bolso –me interrumpió uno –queremos divertirnos, sólo eso.

                  -Ya… pues… Yo la verdad es que muy divertida no soy… –les miré suplicante. Estaba realmente acojonada.

                  -Qué graciosa es ésta chica –rió uno dándome un golpecito en la mejilla.

                  Los cuatro chicos comenzaron a acercarse a mí guiándome hacia un callejón. Yo no veía por dónde me estaban llevando, yo sólo andaba hacia atrás aterrada, viendo las caras de locos de todos ellos y suplicando a no sé qué figura divina que no me hicieran daño.

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                  -¿Cómo te llamas, preciosa? –preguntó uno mirándome de arriba abajo.

                  Yo no le contesté, me había quedado sin voz; no podía pedir ayuda, no podía salir corriendo, no podía siquiera respirar.

                  -Hay que darse prisa, dentro de media hora vendrán a recoger la basura –les avisó uno de ellos mirando de un lado a otro.

                  -Perfecto, habrá nueva basura que tirar –habló el rubio mirándome divertido.

                  -No… –susurré notando unas cuantas lágrimas en mis mejillas.

                  Uno de ellos, de tez oscura, se acercó a mí riendo y puso su asquerosa mano en mis tetas.

                  -Tranquilízate, rubita, te va a salir disparado el corazón –palpó mi pecho relamiéndose los labios.

                  -No… me… toques… –dije entre dientes apartándole la mano.

                  Él me miró de arriba abajo con odio y me soltó un guantazo. Me quejé en silencio cubriéndome la cara con las dos manos.

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                  -Tíos, es suficiente -dijo el más joven apartando de mí al que me acababa de pegar.

                  -Cállate Patt, esta zorra necesita un par de hostias –el rubio habló agresivo agarrándome del cuello.

                  -Y un buen meneo, ¿no crees M? –dijo otro subiendo su mano por mi entrepierna.

                  -En serio… no… por favor… -les supliqué entre llantos e intentando soltarme –no… no me hagáis da… daño…

                  -Shh… -se acercó uno moreno y me acarició el cabello –sólo dolerá un poco.

                  Abrí los ojos horrorizada, y sentí un golpe caliente en la nariz.

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                  Después comencé a ver pies, manos, piernas, hasta botellas sobre mí, y dolor… podía ver hasta el dolor…

                  Mis ojos se cerraron, caí al suelo y me presioné el costado con la mano derecha; no sentía nada, ya no, sólo notaba cómo mi pecho ardía, cómo con cada golpe mi piel se rajaba y cómo la sangre comenzaba a cubrir el suelo de un tono granate oscuro.

                  De repente, el grito de uno de ellos me hizo abrir los ojos como platos y sentí un líquido caliente chocar contra mi cara. Intenté levantar la mirada pero no pude. Él volvió a gritar, un grito de horror, y después nada. Sólo silencio, silencio y oscuridad.

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                  .

                  .

                  .

                  .

                  -Tranquila…

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                  Editado por CasieFiccion

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                    Noooooooooo, espero que no la maten, y creo que samantha le gusta a Michael,y salio la peliroja que se llama agnes, yo creo que michael va a salvar-la por que la quiere, sigue pronto, has dejado intrigas.Por cierto relatas mega :o bien

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                      ¡Pon pronto máaaaaaaaaaaaaaaaas! Según he entendido, al final Michael ha llegado, a ver si es verdad. Pobrecilla, si es que cuando una tiene mala suerte, la tiene para todo. De verdad, a la Agnes no la trago ni con embudo.

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                        me lo acabo d leer todo d un tiron y me encanta, escribes genial

                        lo has dejado con mucha intriga asi q espero que sigas pronto!

                        a la pelirroja la odio asi q sin palabras, por algun motivo, en todas las historias siempre tnemos a alguna pelirroja q odiar hahahah

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                          Sí Emma, jajaja, todas las pelorrojas son malas (siento si alguna de vosotras lo sois, lo digo con cariño :P )

                          Pobre Sam, de verdad, la gente es más repugnante... Y lo malo que esto sucede de verdad.

                          Suerte que ha llegado Michael :wub: Y la salvará de esos macarras :onguard:

                          Michael es taaan, taaan ^_^

                          Te odio por escribir tan bien ;)

                          Sigue prontitooooo.

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                            Publicado (editado)


                            Jajajajaja sí, Agnes es una arpía... Ya veréis cómo se las gasta la vampira. Aun así, Michael nunca había conocido a alguien como él, así que en realidad Agnes le hace ver que existen más vampiros... Algo bueno tenía que tener el personaje jajajaja

                            Muchísimas gracias por vuestros comentarios! Me animan a seguir y a actualizar cada vez más! Son geniales ^^

                            Continúo!

                            Michael

                            Por fin había dejado de gritar, ahora dormía tranquilamente en mi cama con el cuerpo completamente destrozado, sin apenas ropa y con heridas por todas partes. Me senté en el sillón más cercano a la cama, cerré los ojos e intenté descansar, había sido una noche muy larga, demasiado, diría yo.

                            De repente, la chica levantó un brazo y gimió. Se tocó la cara con el cuerpo completamente rígido y emitió un pequeño quejido.

                            -¿Dónde estoy? ¿He muerto? –comenzó a balbucear mirando al techo.

                            Yo la observaba sin decir ni una sola palabra.

                            Se incorporó poco a poco y, al verme allí frente a ella, abrió los ojos como platos.

                            -¿Mich… Michael…? –musitó frunciendo el ceño.

                            -Samantha –asentí con la cabeza –¿Cómo has dormido?

                            112.jpg

                            -Yo…

                            Bajó la mirada y se miró el cuerpo magullado.

                            -¡Mierda! –gritó tapándose el pecho con las dos manos –¿qué coño hago en sujetador? ¡No mires!

                            -Pe…

                            -¡Que no mires, Michael! Qué vergüenza, joder… -dijo bajando la mirada y cubriéndose con los dos brazos -¿por qué estoy así? –habló sin mirarme a la cara.

                            -¿Cómo querías que te curase? ¿A través de la ropa? Tenías demasiadas heridas.

                            -Dios… –se puso una mano en la cabeza y se palpó una mejilla –Debo estar horrible…

                            -¿Te preocupa estar fea? –hablé sin comprender –cada día me sorprendes más…

                            113.jpg

                            -Noto cómo si tuviese la cabeza del tamaño de un melón y la cara tan hinchada como un globo, y mi nariz… ¿está torcida? Dios… me duele todo, absolutamente todo, hasta la uña del dedo meñique. Malditos cabrones ¿cómo dejé que me tocaran? Nunca tendría que haber ido sola por esas calles… Lo pensé cuando salí de trabajar, no te creas, pero al final, como soy retrasada, salí ahí a la intemperie en busca de peligro…

                            -Te dieron unos buenos golpes… Pero ¡gracias a Dios que no se te han quitado las ganas de hablar! –comenté irónico.

                            -No estoy para bromas –dijo ofendida –me siento bastante mal.

                            Me levanté y me acerqué a ella.

                            -¡No! Quédate dónde estás.

                            -B… bien… –me volví a sentar y miré para otro lado –tan sólo llevas un día durmiendo, tendrías que descansar más...

                            -¿¿Que llevo qué?? ¿Un día durmiendo? Y… ¿Mi hermana? ¿Y mi trabajo? ¿Y mi padre? Dios… el hospital…

                            Me encogí de hombros ante tantas preguntas.

                            114.jpg

                            -Yo… tengo que irme, no puedo quedarme más tiempo aquí –se levantó y al pisar el suelo se encogió de dolor.

                            Yo fui hacia ella preocupado, pero me echó hacia atrás y se incorporó dolorida.

                            -Puedo yo solita –dijo de mala gana – ¡y no mires, Michael!

                            Me volví a sentar en el maldito sillón y resoplé.

                            -Nunca había conocido a nadie tan insoportable… –comenté por lo bajo.

                            La chica me hizo un corte de manga y se dio la vuelta con la otra mano en la tripa.

                            -Me han roto algo, seguro, ¿por qué no me llevaste al hospital?

                            -No lo pensé –comenté por lo bajo.

                            -Lo… lo siento –soltó de repente mirándome avergonzada –soy imbécil, debería darte las gracias, me has salvado la vida… Otra vez…

                            La miré sorprendido, aquello no era propio de ella.

                            -No es nada… –dije bajando la mirada –Deberías darte una ducha, tienes ropa limpia en el baño.

                            -¿Ropa? ¿De dónde has sacado tú ropa de mi talla?

                            -Eso da igual –dije levantándome y bajando las escaleras –estaré abajo.

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                            Samantha

                            Fui al baño cojeando y apoyándome en todo lo que encontraba a mi paso. De vez en cuando me quejaba, me era inevitable, me sentía demasiado mal. Me sujetaba las costillas con una mano, tenía la sensación de que mi cuerpo se iba a desmontar en cualquier momento y que las heridas que adornaban mi piel iban a acabar por rasgarme todo el cuerpo. Apenas podía moverme, parecía un puñetero robot.

                            Entré en el baño y me miré en el espejo. Me quedé completamente bloqueada, mi cara parecía un cuadro de Picasso, era horrible.

                            -Por lo menos no tiene el tamaño de un melón –me animé cogiendo de la silla la ropa que me había dejado Michael.

                            Tenía demasiadas dudas en la cabeza, dudas que debían ser resueltas; ¿cómo me había encontrado Michael? ¿Cómo había conseguido deshacerse de los matones? Y ¿esa ropa? ¿De dónde la había sacado?

                            -Será de su maldita novia… –Observé mi expresión en el espejo y me sorprendí a mí misma –Por qué… ¿Por qué esa cara de tonta, Sam?

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                            Me metí en la bañera con cuidado y comencé a repasar una a una las heridas de mi piel, lentamente fui limpiando cada parte de mi cuerpo y masajeando las partes más lastimadas. Al pasar media hora salí entre quejidos y me vestí con unos vaqueros y una camiseta amarilla ceñida.

                            Al salir me encontré a Michael mirando por la ventana del salón.

                            -Ey… –dije algo tímida.

                            -Te… te queda bien la ropa… –comentó mirándome de reojo.

                            -Gracias… Has dado con mi talla –sonreí amablemente –¿de dónde la has sacado?

                            -Y dale con ese tema, Samantha. Qué más dará… –dijo dándose la vuelta y poniendo los ojos en blanco.

                            -Sam, llámame Sam, mis amigos me llaman Sam.

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                            -Yo no soy tu amigo.

                            Aquel comentario me hizo palidecer. Mi cara se desencajó y me faltó poco para soltar un “¿¿¿cóóooomo???” pero lo aguanté y preferí hacerme la dura.

                            -Hasta a mi peor enemigo le exigiré que me llame Sam, así que ya te puedes ir acostumbrando.

                            Él rió y se marchó a colocar unos cuantos libros en la estantería. Yo le seguí.

                            -Bueno y… ¿me vas a decir cómo me encontraste? –inquirí apoyándome en una de las estanterías.

                            -Pasaba por allí…

                            -Ya, claro, y… ¿los tíos que me estaban… -tragué saliva -que me estaban pegando?

                            -Cuando yo llegué ya se habían marchado. Si no hubiese llamado a la policía y les hubieran detenido, ¿no crees?

                            En ese momento recordé el grito que me hizo volver a la realidad, el grito agudo de uno de los matones.

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                            -No entiendo nada, Michael.

                            -Es bien fácil. Tú te empeñas en hacerlo difícil, Samantha, y no hay más, ya está, deja de preguntar, ¿vale? –se dio la vuelta y me miró molesto.

                            Yo me callé y me crucé de brazos.

                            -Vale, ya lo último que digo –añadí rápidamente -¿Podrías por lo menos aceptar un café? En señal de agradecimiento… Me siento mal si no te…

                            -No –dejó los libros de mala manera en uno de los estantes y se acercó a mí –A ver si te queda esto claro. Yo no te he traído a mi casa para que me agradezcas nada, ni para que me digas lo buen ciudadano que soy ni para que me invites a un maldito café insípido. Te ayudé porque estabas apunto de morir, pero ya está. Estás bien, ¿no? Pues adiós.

                            Abrí los ojos sorprendida.

                            -Estás de coña…

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                            -¿Crees en serio que estoy de coña? –se cruzó de brazos y se puso más serio de lo que ya estaba.

                            -Pe… pero ¿por qué me dices esto? ¿Por qué eres tan borde?

                            -¿Y tú por qué eres tan pesada?

                            Mis cejas se ciñeron y me separé de él completamente pasmada.

                            -Eres el ser más asquerosamente gilipollas que he conocido en mi vida. Eres un… –le miré con asco –un insensible, un cerdo, un subnormal, un…

                            -¿Has acabado? –me interrumpió –tengo cosas que hacer.

                            Se dio la vuelta y se metió en lo que parecía ser la cocina.

                            -¡La salida está ahí! –elevó la voz señalándome la puerta.

                            Yo me apoyé en la pared y respiré hondo. Estaba completamente alucinada.

                            Al pasar unos cuantos minutos me marché dando un portazo.

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                            Michael

                            Necesitaba que se fuera, no podía más, ansiaba morder a alguien, introducir en mi cuerpo líquido rojo, líquido con sabor a hierro. Llevaba demasiado tiempo sin cazar y ella olía de maravilla, pero no quería hacerla daño…

                            Saqué de la nevera unos cuantos frasquitos de sangre y los vacié en mi boca.

                            -Joder… –me dije al tragar –soy estúpido.

                            Me limpié la boca con la manga del jersey y me dirigí a la ventana del salón. Miré hacia abajo y, al ver a Samantha cruzando la calle, me di un pequeño golpe en la frente. Estuve apunto de abrir la ventana y pedirla que volviera, ¿cómo podía haberle dicho todas esas cosas? La chica no se callaba ni debajo del agua, sí, no paraba de preguntar, también, pero… No se merecía aquello.

                            La vi marcharse, la vi coger un maldito autobús, y no hice nada por detenerla y arreglar las cosas. Al fin y al cabo Samantha me importaba bien poco, pero había sido cruel con ella, y no se lo merecía.

                            El sonido del timbre me hizo volver a la realidad.

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                            -¿Agnes? ¿Qué… qué haces aquí?

                            -Acabo de ver salir de tu casa a la rubita del bar –entró campante mientras movía sus caderas de un lado a otro –estaba destrozada, ¿qué le has hecho?

                            -No creo que te importe –dije inexpresivo.

                            -¿Esas heridas se las has hecho tú?

                            -¿Me crees capaz de hacer algo así?

                            -¿No es peor lo que tú haces?

                            No contesté, solo la miré inexpresivo.

                            -¿Es tu novia o algo así?

                            -Basta –dije entre dientes.

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                            -No te enfades, Michael, sólo preguntaba… –posó su mano en mi hombro y me dedicó una sonrisa cómplice –¿Sois solo amigos, verdad?

                            -No somos nada –desistí –la conocí por casualidad y el otro día nos volvimos a encontrar, pero ya está.

                            -Muy bien –se tiró en mi sofá –¿Te apetece que veamos una película?

                            La miré sin comprender.

                            -¿Tu novio sabe que estás aquí?

                            Su expresión cambió y se acercó a mí con la frente arrugada.

                            -No, pero eso da igual, él no es nada para mí, ¿está claro? –su actitud cambió y comenzó a jugar melosa con el cordón de mi chaqueta –Además, me gustas tú, no él.

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                            -Agnes, tú a mí no me gustas.

                            Rió.

                            -Claro que te gusto –se acercó más a mí y, con la punta del dedo índice, me acarició los labios.

                            -No tengo ganas de jugar, estoy cansado –dije apartándola y subiendo las escaleras.

                            Ella me siguió entre risas.

                            -Me encanta cuando te enfadas –habló una vez en mi habitación sentándose en la cama.

                            Yo no la contesté, me quité la chaqueta y me metí en el baño.

                            -Eres un gruñón, Mike.

                            -Lo sé –añadí cerrando la puerta.

                            Llené la bañera de agua caliente y comencé a desvestirme. Sentí un escalofrío cuando el vapor rozó mi piel y se introdujo en mis fosas nasales, el baño había conservado el aroma de Samantha.

                            Me metí en la bañera y cerré los ojos.

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                            De repente oí el chirriar de la puerta. Abrí los ojos y vi a Agnes completamente desnuda frente a mí.

                            -¡Joder! –Exclamé tapándome –Vístete.

                            Negó con la cabeza mientras jugaba con un mechón de pelo.

                            -Fuera de aquí, Agnes –la ordené señalándole la puerta.

                            En su rostro angelical se dibujó una pequeña sonrisa y comenzó a acercarse.

                            -¿Qué coño haces?

                            Volvió a reír.

                            -Agn… Agnes basta, no quiero…

                            Se metió en la bañera y rodeó mi cuerpo con sus piernas.

                            -Claro que quieres –susurró sentándose encima de mí.

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                            -No, vete –la empujé –Te has empeñado en joderme el sueño, ¿verdad?

                            Negó con la cabeza y me acarició la mejilla.

                            -Bien, haz lo que te dé la gana, está claro que es lo único que funciona contigo –me quejé apoyándome en un lado de la bañera y mirando al frente inexpresivo.

                            Agnes se incorporó y se coló en mi campo de visión.

                            -Eso no me vale –dijo sonriente.

                            Sin quererlo me vi recorriendo centímetro a centímetro sus perfectas cuervas, centrándome en el pecho que dejaba al descubierto su larga cabellera rojiza. Un calambre me despertó. Ella sonrió.

                            -¿Por qué no te diviertes un poco, Michael? A veces no está mal actuar impulsivamente… Bueno, al fin y al cabo somos vampiros, solemos actuar siguiendo nuestro instinto, ¿no es así?

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                            Arrugué la cara al oír aquello.

                            -Vete, por favor –reaccioné. Estaba claro que yo era un vampiro y que cuando cazaba actuaba impulsivamente, pero aún no era la hora de comer, y debía pensar con la cabeza.

                            -Michael… Sé que quieres… -se lanzó contra mí y me besó.

                            -No –negué de inmediato apartándola.

                            -Es que eres tan…–se volvió a colocar encima de mí y habló hipnotizada recorriendo mi piel con la mano –tan perfecto…

                            -Déjame Agnes.

                            Ella volvió a negar con la cabeza y me acarició el cabello.

                            -Eres aún más pesada que la rubia, joder.

                            -La rubia… –murmuró apartando la mirada de mí.

                            Yo pensé en Samantha y de nuevo vino a mí el sentimiento de culpa.

                            -La he tratad…

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                            Agnes me calló con un beso.

                            La volví a apartar de un empujón, pero ella sonrió divertida. Cogió mis manos y las puso sobre sus muslos, entrelazó sus dedos con los míos y comenzó a guiarlos desde sus piernas hasta su cuello. Fui palpando en silencio sus finas curvas sin apenas sentir el roce.

                            Fruncí el ceño cuando llegué al cuello e hice resbalar mi mano poco a poco hacia abajo. Me paré al llegar a sus pechos, los observé con detenimiento y la miré. No sabía qué hacía, Agnes había vuelto a embaucarme.

                            Me acerqué poco a poco a ella y rocé mis labios con los suyos. Ella me cogió del cuello y me juntó con fuerza contra ella. No había pulsación, ni siquiera sentía cuando la tocaba, pero una fuerza interna me hacía actuar inconscientemente.

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                            Me guió hasta la cama y allí acabamos el juego que habíamos empezado en el baño.

                            Al dar las seis de la tarde desperté y vi a Agnes acurrucada a un lado de la cama durmiendo plácidamente. Resoplé al recordar lo que había pasado. Era estúpido, Agnes no me gustaba, pero había vuelto a caer. Sin quererlo, en un segundo, el rostro de otra persona se coló en mi cabeza y comencé a darle vueltas a mi comportamiento con la rubia. No entendía por qué Samantha no se iba de mi cabeza, por qué aquella chica me hacía sentirme así… ¿Acaso me importaba cómo se sintiera una desconocida?

                            Me incorporé malhumorado y miré el reloj.

                            Llevaba una hora despierto sin pensar en otra cosa que en eso. Sabía lo que tenía que hacer para quitarme todas esas tonterías de la cabeza…

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                            Samantha

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                            -…Y… después de… de cinco años… la princesita volvió a… casa… –dijo entrecortada mientras daba saltos y movía los brazos de un lado a otro siguiendo la música.

                            -Lo sé, perdona, tendría que haber avisado –hablé dejando las llaves en la mesa –¿algo nuevo?

                            -No, ¿qué va a pasar? Me he despertado, he ido al colegio, he vuelto a casa y me he puesto a hacer aeróbic. Ya está.

                            -Bien –asentí repasando con la mirada el salón –Podrías haber limpiado esto un poco… -A ti se te da mejor, ya sabes –empezó a dar saltos de nuevo.

                            Resoplé.

                            -Has ingresado el dinero del hospital, ¿verdad?

                            -Verdad.

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                            -Bien… –me acerqué a ella.

                            Zahara paró la música y me miró.

                            -Dios, Sam, ¿qué te ha pasado? –exclamó arrugando la cara al ver mis heridas.

                            -Ayer al salir del bar unos tíos me dieron una paliza –dije sin andarme por las ramas –si no hubiera sido por Michael…

                            -¿Michael?

                            -El chico que traje el otro día a casa. Me encontró, me llevó a su casa y me curó. Flipante, sí –me dije a mí misma.

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                            -Joder, qué considerado por su parte, ¿no? Además de estar bueno es un encanto, lo tiene todo.

                            -Psé… yo no diría precisamente que es un encanto… –añadí con mala cara

                            Zahara me miró sin comprender. Yo no dije nada, no tenía ganas de hablar.

                            -¿Vas a ir a ver a papá?

                            -Oh, mierda, se me había olvidado… Sí, me cambio y voy.

                            -Muy bien, yo sigo aquí con lo mío –volvió a encender el radiocasete y se puso a dar saltos de nuevo.

                            -Baja un poquito la música, anda –me quejé metiéndome en mi habitación.

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                            Me cambié con dificultad, y me dispuse a maquillarme un poco cuando el teléfono sonó. Zahara siempre hacía lo mismo, miraba qué número llamaba, y si era para ella lo cogía, si no, lo dejaba sonar.

                            -Joder –me quejé saliendo al salón –Zahara, ¡de vez en cuando podrías coger el puto teléfono! –chillé exageradamente.

                            -¿Sí? –dije de mala manera.

                            -¿Rubia?

                            -¿Rubia? –Repetí seca –¿Quién es?

                            -Paul.

                            -¡Paul! –exclamé falsamente. Se me había olvidado por completo avisar a mi jefe. Yo no podía ir a trabajar en esas condiciones… Apenas podía moverme.

                            -Esta noche necesito que vengas antes, hay fiesta especial y vendrá bastante gente, así que… ¿a eso de las 10 te veo por aquí?

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                            -Ya… verás… Me ha surgido algo… Ayer…

                            -No, así no vamos bien –negó de inmediato –Te dije que te daba una oportunidad, ¿no? Ayer lo hiciste bien, pero hoy lo tienes que hacer mejor. Si faltas las cosas van a ir muy mal… –habló autoritario.

                            -Paul, de verdad que no puedo ir. Ayer tuve un percance al salir del bar, y estoy realmente jodida, apenas me puedo mover… Aunque fuera, no podría hacer nada…

                            -Cuantas veces me habrán dicho eso… –dijo sin creerme –¿Se te ha muerto algún familiar?

                            -N…no…

                            -¿Tu perro?

                            -No… No tengo… Pero…

                            -Entonces no hay excusa que valga, rubia –oí a alguien hablar por detrás.

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                            -Mira… –resopló cambiando de parecer –ven esta noche con un parte de lesiones o algo que justifique que estás “jodida” y que no puedes trabajar. Si no, olvídate de seguir trabajando aquí.

                            -Sí, claro, esta noche te lo llevo. Gracias, Paul, en serio…

                            Colgó el teléfono sin decir nada más. Me di la vuelta y me encontré a Zahara mirándome muy seria.

                            -No vas a ir a ver a papá, ¿verdad?

                            -No puedo… Tengo que hacer otr...

                            -Ya, claro, siempre igual –se dio la vuelta ofendida.

                            Mi hermana me odiaba, me creía causante de todas las miserias de la familia, incluido el coma de mi padre. Ya estaba acostumbrada.

                            No lo pensé más. Me miré fugazmente en el espejo y me marché de inmediato al ambulatorio a por un parte de lesiones. Estaba claro que me lo iban a dar, no había más que mirarme la cara y el cuerpo, estaba destrozada.

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                            Andaba por los callejones de mi barrio cuando oí unas pisadas tras de mí.

                            Mi corazón se agitó y noté mis piernas flaquear y cómo mi respiración comenzaba a acelerarse. Recordé la noche anterior y una sensación de terror invadió mi lastimado cuerpo. Comencé a andar más rápido. No me atrevía a mirar atrás, temía encontrarme de nuevo a unos cinco o seis matones con ansias de matar.

                            -Joder… –me dije con los lagrimales cargados.

                            De repente, sentí una mano sobre mí.

                            Me faltó poco para desmayarme; notaba que me faltaba el aire y que la sangre se había quedado agolpada en mi cabeza.

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                            No podía pensar, no podía andar, no podía hablar, no podía respirar. Era la misma sensación que había experimentado la noche pasada.

                            Esta vez no iba a tener tanta suerte, estaba en un callejón perdido de la mano de Dios, allí nadie me encontraría… Moriría sola en aquel lugar, sola y desangrada… Qué muerte más triste.

                            -¡No! –dije al fin entre lágrimas.

                            -¡Eh! –exclamó el extraño dándome la vuelta.

                            Yo ni le miré, solo cerré los ojos con fuerza esperando el golpe.

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                            -Samantha, ¿qué pasa? –aquel desconocido sabía mi nombre, ¿cómo?

                            Abrí los ojos y le miré con mil lágrimas cayendo a borbotones.

                            -¡Michael! –exclamé como si se tratara de un ángel de la guarda –¡Oh Michael! –me lancé a sus brazos –Pensé que eras un… un violador… o un asesino… o algo peor…

                            No miré su expresión, pero apuesto a que puso los ojos en blanco y pensó que estaba loca. Pero me daba igual, estaba a salvo…

                            Nos quedamos en silencio unos segundos y, de repente, con fuerza, me separó de él y murmuró unas palabras ininteligibles para mí.

                            Yo le miré avergonzaba. ¿Acababa de abrazarle? Estúpida Sam…

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                            -Samantha… em… ¿qué ocurre? –preguntó descolocado mirando a otro lado.

                            -Pensé que iba a morir… –gimoteé –No sé, yo no suelo ser así, pero… –recordé el comportamiento que había tenido Michael en su casa –un momento, yo no debería estar hablando así contigo –me quejé secándome las lágrimas y arrugando la cara.

                            -¿Cómo? ¿Por qué?

                            -Lo sabes perfectamente –me crucé de brazos y entrecerré los ojos.

                            Él bajó la cabeza y se acercó un poco más a mí.

                            -Ya… –suspiró –venía justo por eso… Quería pedirte perdón…

                            -¿Perdón?

                            -Sí, me he pasado, no debería haberte hablado así.

                            Levanté una ceja, él continuó hablando sin apartar la mirada del suelo.

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                            -He sido un gilipollas, no sé por qué te he tratado así, no te lo mereces… A veces no puedo controlar mi…

                            -Podrías mirarme al menos, ¿no? –le corté.

                            Levantó la cabeza y me miró. Sus ojos grises se posaron en mí, y yo me quedé sin palabras, se me ablandó el corazón y todo el odio que sentía hacia él se esfumó.

                            -Está bien –dije mirando a un lado y negando con la cabeza –olvídalo… No pasa nada.

                            -¿En serio…?

                            Asentí con serenidad.

                            -Mira… me… me gustaría… invitarte a ese café que yo rechacé… –balbuceó nervioso –si te apetece, claro…

                            Abrí los ojos sorprendida.

                            -Eh… yo… Sí, claro, estaría bien…

                            -Perfecto… –sonrió con dificultad.

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                            Michael

                            Por aquella zona las únicas cafeterías que había parecían cuchitriles, no tenían ni mesas ni sillas para sentarse. Opté, entonces, por llevarla a un parque que había por los alrededores. Samantha se sentó en un coche destrozado y yo fui a comprar los cafés.

                            -Esto no era lo que imaginaba… –comentó mientras le daba el café –pero… Gracias por la invitación.

                            Yo no dije nada, sólo me senté a su lado.

                            -¿Tú no tomas?

                            -No… No me gusta –contesté tirando una piedra a la arena.

                            Samantha me miró extrañada.

                            -Nunca había conocido a alguien al que no le gustara el café. A mí me parece una maravilla… Creo, de hecho, que soy una yonqui del café –me miró risueña.

                            No pude evitar reír. Era tan exagerada…

                            -¡Mierda! –Exclamó levantándose del coche –¡Se me olvidaba el maldito parte de lesiones! –miró el reloj preocupada –aún no han cerrado, y está aquí al lado, ¿me… me acompañas?

                            No sabía de qué hablaba pero, sin saber por qué, asentí automáticamente.

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                            Al ver que las nubes se esfumaban y salía el sol, decidí sacar mi paraguas. No quería que el sol tocara mi frágil piel, luego me escocía todo el cuerpo y sentía arder el pecho. Cuando me vio la rubia se echó a reír. Le expliqué que era alérgico al sol y que debía protegerme. Ella, para mi sorpresa, se lo tragó, no sin antes soltar un comentario de los suyos.

                            Samantha no paraba de hablar, cualquier cosa le parecía interesante y lo soltaba sin pensar. Era imposible aburrirse con ella, todo le parecía digno de ser contado.

                            Fuimos andando por la Travesía del Ópalo, una larga calle rodeada de pisos antiguos.

                            -Michael… –musitó.

                            -¿Sí?

                            -El comentario en tu casa… Lo de ser amigos y eso… ¿Por qué te empeñas siempre en demostrar que… no sé, que no somos amigos? –preguntó mirando al suelo.

                            -¿Por qué preguntas eso? –añadí extrañado –¿acaso te importa?

                            Negó de inmediato con la cabeza.

                            -¿Entonces?

                            -No sé, sólo curiosidad… –añadió poniendo mala cara.

                            Yo reí.

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                            -¿Qué…? ¿Qué pasa?

                            Nunca había conocido a alguien tan cabezota como ella. No era capaz de admitir que le molestaba que le hubiera dicho en mi casa que no la consideraba mi amiga.

                            -Me haces gracia –dije encogiéndome de hombros –Y ahora venga, insúltame, lo estás deseando –la di un pequeño empujón.

                            -Hum… –arrugó la frente –apuesto a que piensas que soy una histérica, pero te equivocas. Sé controlarme, ¿sabes? No voy insultando y diciendo tacos por ahí a todo el mundo.

                            -Muy bien… -dije con media sonrisa –Si eres capaz de no decir ni una sola palabrota en lo que queda de camino…

                            -Me invitas a una cena en un restaurante carísimo –terminó la frase ella misma. Yo la miré sin saber qué decir –y si suelto algún taco… Te invito yo a… a un helado en el Burger King.

                            Reí a carcajadas.

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                            -Si quieres puedo invitarte al Palace Hotel… –continuó –Pero… Hay un problema…

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                            -Sería bastante incómodo porque tendríamos que terminar la cena fregando los platos… –se encogió de hombros –¿Te conformas con un simple helado de vainilla?

                            Asentí riendo por lo bajo.

                            -Genial –añadió doblando la esquina –Es aquí, ya hemos llegado.

                            Eché un vistazo a aquel lugar. Ese piso lo había visto antes… Recordé, entonces, que era justo el lugar en el que había dejado a Samantha el día que había intentado suicidarse. Ella empezó a hablar, pero no la escuché, pensaba en ese día, en lo descuidado que había sido, y… en por qué alguien cómo ella había intentado matarse… La miré y una extraña sensación me invadió. Sorprendentemente me alegré por que estuviera viva.

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                            -Bueno Michael… –dijo parándose frente a la puerta y haciéndome volver a la realidad –me quedo aquí. Gracias por acompañarme… Muy amable por tu parte.

                            -De nada –añadí serio.

                            -Como ves, y como chica educada y seria que soy, no he soltado ni un solo taco –dijo risueña –me ha costado, no te creas –soltó una carcajada.

                            Sonreí.

                            -Así que toca cena. Sabes dónde vivo, ¿no? Te espero el… domingo a las… ¿Nueve?

                            Volví a asentir automáticamente.

                            -Me pondré guapa –dijo risueña mientras se marchaba.

                            -Bi… bien… –musité sin creer en el lío en el que me acababa de meter.

                            Supongo que tendría que cumplir la apuesta, no podía dejarla plantada… Debía inventarme alguna excusa para no probar bocado… ¿Una indigestión? sí, era lo más fácil, seguro que se lo tragaba. Me metí en un callejón y eché a volar hacia casa.

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                            Samantha

                            El parte de lesiones me lo dieron sin ningún problema, les conté el royo de que iba a denunciar y que necesitaba una prueba explícita de lo que me habían hecho esas bestias.

                            Llegué al Chemical West y entré a mis anchas esperando encontrarme a Paul barriendo el suelo, haciendo caja o limpiando la barra, sin embargo, allí no había nadie.

                            -¿Paul?

                            Oí un golpe en la despensa y me dirigí hacia allí. Abrí la puerta y vi a Paul en el suelo.

                            -¿Qué, Paul? ¿Tú también quieres librarte de trabajar? –me acerqué con la intención de ayudarle pero él solito se levantó.

                            Cuando se dio la vuelta una cara desconocida me dio la bienvenida con una sonrisa de oreja a oreja.

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                            -Siento decepcionarte, pero creo que de momento no soy Paul… –habló risueño.

                            -Ay… perdona… Pensé…

                            -No te preocupes –rió acercándose a mí –Paul ha tenido que marcharse a recoger a su hermana al aeropuerto, me ha dejado a cargo de esto mientras él no está.

                            -Y… ¿tú eres?

                            -El novio de su hermana, Tom.

                            -Yo soy Samantha –le tendí la mano –encantada.

                            Aquel chico era encantador. Su pelo, de un color cobre con destellos rojizos, y sus ojos azules dotaban a su rostro de un toque de simpatía y gracia. Llevaba dos piercings en el labio, justo atravesando el de abajo. Me dolió cuando los vi.

                            -Trabajo aquí… –continué –Bueno, en realidad no sé muy bien si…

                            -Ya –sonrió –fuiste tú la que llamaste antes, ¿verdad? No te preocupes, Paul parece muy gruñón, pero nada, todo apariencia. Cuando te coja un poco de cariño…

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                            -¿Cariño? –reí –Paul nunca me va a coger cariño.

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                            -Uf… es una larga historia…

                            -Tengo tiempo –me echó una sonrisa cómplice y se sentó en una de las cajas dispuesto a escuchar.

                            Le conté todo lo que había pasado la noche pasada. Suprimí la parte en la que me Michael “me salvaba” y me llevaba a su casa, le dije que me había despertado en el callejón y que había conseguido ponerme en pie y marcharme de allí solita.

                            Cuando terminé de contarle la historia, le di el parte de lesiones y me marché a casa.

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                            Llegué, me puse el pijama, y me tiré en el sofá. Zahara se había ido de fiesta y aquello sin ella era la gloria. Encendí la televisión y puse un canal al azar, en cuestión de segundos mis ojos comenzaron a cerrarse.

                            -El asesinato múltiple más brutal en la historia de nuestra ciudad –abrí los ojos como platos y me incorporé. ¿Un asesinato múltiple?

                            Nuestra ciudad no era muy tranquila y de vez en cuando se oían altercados en las noticias, sí, pero no iban más allá de un robo de joyas, de un atraco a un supermercado o de una pelea entre bandas.

                            Subí el volumen y escuché con atención.

                            -“Una carnicería”, así lo define el equipo de laboratorio de criminalística. Los cuerpos encontrados experimentaban profundas marcas de caninos en cuello, muñecas, piernas y tobillos. En el cuerpo de uno de ellos no se ha encontrado ni rastro de sangre. ¿La causa? Algunos lo atribuyen a prácticas niponas sobre el canibalismo, otros, los más atrevidos, hablan de leyendas acerca de chupasangres y demás seres monstruosos.

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                            -La madre que me parió… –comenté en alto abriendo los ojos de par en par.

                            -Los especialistas no salen de su asombro –continuó la periodista –el inspector jefe del Cuerpo Nacional de Policía ha hablado de un crimen organizado: “Es biológicamente imposible que una sola persona haya hecho esto”, comentó esta mañana en nuestra cadena. Por la brutalidad del suceso se ha llegado a especular también acerca de animales salvajes.

                            -Las cuatro víctimas, todos hombres de unos 30 años, pertenecían, según alegatos policiales, a una banda organizada que contaba con más de 25 denuncias. Los cuerpos han sido encontrados en un callejón del barrio de TrisialPerk, dónde…

                            Sentí un escalofrío al escuchar aquello, allí era dónde los matones me habían acorralado y golpeado, allí fue dónde Michael me encontró… Y si… ¿y si las víctimas eran los hombres que me habían atacado? ¿Quién podía haberles hecho una cosa así?

                            Apagué la televisión y me marché a la cama. Tenía miedo…

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                            “Con cada respiración me sentía más cerca de la muerte, poco a poco mi corazón se iba deteniendo, lo notaba.

                            Oí un rugido justo encima de mí, abrí los ojos y vi una sombra volar a toda velocidad desde un edificio de ocho plantas hasta mi lastimado cuerpo.

                            Grité, no me oí, pero sé que grité, y alguien me calmó acariciándome el cabello.

                            Los culpables de mi dolor se pararon ante la sombra y comenzaron a reír divertidos, mientras la misteriosa sombra, se quedaba arrodillado junto a mí. Creo que le había cogido la mano y no le dejaba marchar de mi lado, no me quería quedar sola.

                            Oí de nuevo un gruñido, la sombra se soltó de mi mano y se acercó a ellos acompañado de unos pasos calmados.

                            151.jpg

                            Mis ojos se cerraron y comencé a oír ecos de gritos y gemidos.

                            Algo golpeó mi cara, abrí un ojo y vi un cuerpo sin vida junto a mí. Abrí el otro sin poder moverme y observé horrorizada a mi alrededor: los cuatros hombres que me habían golpeado yacían en el callejón ensangrentados y llenos de golpes. Uno, el más joven, estaba sobre un charco de sangre y en su expresión podía verse el miedo.

                            Aquello era horrible, ¿cómo… cómo alguien podía haber hecho algo así? Y… ¿en tan poco tiempo? ¿Cuánto había pasado desde que había cerrado los ojos hasta que los había abierto?

                            152.jpg

                            “La sombra” se arrodilló de nuevo junto a mí, me calmó y me susurró unas palabras al oído. Cuando se alejó de mí un rayo de luna le iluminó un rostro.

                            -¡No! –grité en sueños –¡Michael!

                            Me acarició una mejilla y me levantó con cuidado del suelo. Yo le rodeé el cuello con los brazos y me junté bien a él. Sabía, a pesar de lo que había visto, que con él estaba a salvo… Que no me iba a pasar nada más si él estaba allí.

                            -Tranquila… –dijo de nuevo mientras mis ojos se cerraban y me sacaba de allí en brazos…”

                            -¡No! –volví a repetir esta vez con los ojos bien abiertos y levantándome de la cama.

                            Me puse la mano en el pecho e intenté calmar a mi corazón, que se movía de un lado a otro dando gritos.

                            -No puede ser… –me dije con lágrimas en los ojos –Michael no… no ha podido hacer algo así… –me intenté convencer mientras negaba con la cabeza.

                            Me volví a tumbar y cerré los ojos. No creía lo que acababa de ver en sueños, era imposible, él no podía haber hecho esa atrocidad, no...

                            153.jpg

                            Editado por CasieFiccion

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                              Que buena que esta tu historia!... Me encanto este capitulo, que hermoso que narras...!! Como me encanta esta historia!!

                              Edito: Me podrias decir de donde te bajas los skins o la sangre, los golpes en ella,los accesorios ??

                              Editado por Joonaas brothhers ♥

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                                Que buena que esta tu historia!... Me encanto este capitulo, que hermoso que narras...!! Como me encanta esta historia!!

                                Edito: Me podrias decir de donde te bajas los skins o la sangre, los golpes en ella,los accesorios ??

                                Muchas gracias! Me encanta que te guste :D

                                La verdad es que no recuerdo dónde descargué cada cosa, pero seguramente sean de la página de Mod The Sims (http://www.modthesims.info/browse.php?gs=1). Ahí hay muchísisimas cosas para descargar, y están muy bien! Si le das a búsqueda rápida y metes "blood", te saldrán todas las descargas relacionadas con la sangre, y seguro que encuentras los charcos o los golpes!

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                                  ¡Cada vez me gusta máaaaaaaaaaas! ¡Está genial! Escribes super mega bien (que pijo me ha quedado xD). A la Agnes cada vez la trago menos <_<. Pobre Samantha, la han dejado hecha un trapo, me ha dado mucha penita verla así. Tengo ganas de que sea la cena de la apuesta :lol:. Zahara me da rabia que le eche la culpa a su hermana de todo, aún encima que ha lelgado así apenas se ha preocupado <_<. ¡Sigue prontooooooooooooooooooooooooooo!

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                                    Bien nuevo capitulo, estoy esperando el beso de sam y michael,y me hico gracia eso de :

                                    -¿Qué…? ¿Qué pasa?

                                    Nunca había conocido a alguien tan cabezota como ella. No era capaz de admitir que le molestaba que le hubiera dicho en mi casa que no la consideraba mi amiga.

                                    -Me haces gracia –dije encogiéndome de hombros –Y ahora venga, insúltame, lo estás deseando –la di un pequeño empujón.

                                    -Hum… –arrugó la frente –apuesto a que piensas que soy una histérica, pero te equivocas. Sé controlarme, ¿sabes? No voy insultando y diciendo tacos por ahí a todo el mundo.

                                    -Muy bien… -dije con media sonrisa –Si eres capaz de no decir ni una sola palabrota en lo que queda de camino…

                                    -Me invitas a una cena en un restaurante carísimo –terminó la frase ella misma. Yo la miré sin saber qué decir –y si suelto algún taco… Te invito yo a… a un helado en el Burger King.

                                    Reí a carcajadas. B)

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                                      ¡¡ME HA ENCANTADO ESTE CAPÍTULO!!

                                      Madre de Dios, la que se ha liado. ¿Otra vez Michael ha olvidado quemar los cuerpos? Los vampiros no tendrán huellas dactilares, ¿no? En el caso de que tengan... todo irá en su contra :unsure:

                                      Bueno, me encanta el feeling que hay entre ellos, y cómo a la vez se pican mutuamente. En serio, me encanta este tipo de amor :wub:

                                      Arg, Agnes... :rasp: Cada día me cae peor esa tipa. ¿Cómo se puede ser tan @#·%/="@#? :angry:

                                      Bueno, Michael, contrólate un poco. Todo sea por Sam :smile:

                                      Y el cuñado de Paul... Me gusta este chico, se ve muy buena persona ^_^

                                      Sigue prontooooooooooooooooooo.

                                      Ah, la primera frase es mentira, ya que me encantan todos los capis :P

                                      Sigue, te lo ruego.

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                                        ME ENCANTA!!!!!!!!!!!! :smile::smile::smile:

                                        Me e leido la historia seguida me encanta espero que cuelges mas capitulos pronto ;)

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                                          ¡Dioos! Me acabo de leer tu historia del tirón. Esta genial :smile:

                                          Continua prontito. :rolleyes:

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                                            Ohhhh! Biennn! De nuevo muchas gracias por vuestros comentarios! Me alegra taaaaaaanto que os esté gustando... Lo que viene a continuación es algo distinto. A partir de la siguiente actualización, se descubrirán bastante cosas, así que preparaos!

                                            Aaaay y Feliz Navidaaaaad :D

                                            Michael

                                            Según me desperté me marché a casa de Blaid, me había mandado un mensaje a las cuatro de la madrugada diciendo Tú y yo tenemos que hablar. Lo de siempre, vamos, necesitaba hablar con alguien… Y sólo me tenía a mí.

                                            Al entrar en su casa me recibió un fuerte olor a pintura y a aguarrás. Blaid trabajaba por las tardes en una escuela de arte, se encargaba de que los profesores tuvieran apunto todo el material para sus clases, y ahora, con la tontería de la pintura, le había dado por pintar cuadros a todas horas.

                                            -Algún día se darán cuenta de que les has robado un caballete dije sentándome en el sofá y señalándolo.

                                            -Hace ya más de tres semanas que lo cogí, si no se han dado cuenta ya, no lo harán nunca comentó entre risas Bueno, qué Mike ¿me vas a contar quién es la chica?

                                            154.jpg

                                            -¿De qué estás hablando? dije con mala cara.

                                            -Ayer te llamé a casa y me cogió el teléfono una chica. Me dijo que te habías ido sin decir nada se encogió de hombros así no se trata a las mujeres…

                                            «¡Mierda! Agnes…» pensé de inmediato. Ahora Blaid me exigiría que le contara absolutamente todo.

                                            -Bah, es la vecina, que ha venido nueva y como no conoce a nadie…

                                            -¿Desde cuanto eres tan considerado con tus vecinos?

                                            Reí.

                                            -Desde siempre.

                                            -Habla me exigió.

                                            Resoplé mientras me levantaba a coger una cerveza.

                                            -Ha habido algo entre nosotros, sí, pero… se acabó. No es mi tipo…

                                            -¿Acaso tienes un tipo?

                                            155.jpg

                                            -No sé… me senté a su lado y comencé a beberme la cerveza con la mirada perdida en una grieta que adornaba la pared no me gustan pelirrojas…

                                            -¡¿Es pelirroja?! Exclamó joder tío, ésas son las mejores. Seguro que es la hostia en la cama ¿sí o no?

                                            Me encogí de hombros.

                                            -¿No sabes?

                                            -Blaid, ya está, joder, deja el maldito tema hablé de malas maneras.

                                            -Bueno… Bueno… Estamos hoy de mala leche, ¿no? yo no contesté. Siempre era así con él, no sé por qué se sorprendía de mi mal genio no puedes ir así por la vida, Mike… Tan solitario, pasando de todo el mundo, odiando a la gente…

                                            -¿Y a ti qué más te da cómo vaya yo por el mundo?

                                            -Eres mi amigo

                                            Levanté una ceja.

                                            -Y además, tío, si te echaras novia… podrías presentarme a sus amigas…

                                            Reí levantándome y tirando la lata vacía a la basura.

                                            156.jpg

                                            -¿A dónde vas?

                                            -A casa dije yendo hacia la puerta Era esto de lo que teníamos que hablar, ¿no?

                                            -Bueno sí… pero podrías quedarte un rato más, tío, que hace tiempo que no nos vemos.

                                            Blaid odiaba estar solo, necesitaba estar constantemente pegado a alguien. Cuando no tenía al lado a una chica, me llamaba a mí.

                                            -Venga, quédate un rato más… me volvió a pedir.

                                            -Está bien… media hora y me marcho. Tengo cosas que hacer.

                                            Ni media hora, ni dos, ni tres; estuve toda la mañana y toda la tarde en su casa. Cada vez que intentaba marcharme, me salía con una excusa diferente; que si necesitaba ayuda para montar una estantería, que si quería enseñarme un video que había hecho en su trabajo, que si iba a hacerme un retrato… Odiaba a Blaid.

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                                            La semana pasó tranquila: despertar, cazar y dormir. El domingo llegó, lento pero llegó. Me vestí con algo aceptable y me marché a casa de Samantha.

                                            Al llegar, me quedé en la puerta unos cuantos minutos pensando en cómo me iba a librar de cenar.

                                            -¿Michael? me di la vuelta al oír mi nombre.

                                            -Sam… Samantha… Hola dije boquiabierto al verla.

                                            Vestía un traje negro ceñido y unos zapatos de tacón a juego. Llevaba el pelo recogido en un moño y los ojos pintados de un tono gris oscuro. Me acerqué más a ella y, discretamente, olí. Olía de maravilla…

                                            -Vamos, llegamos un poco tarde… hablé dejando de respirar.

                                            158.jpg

                                            Cuando llegamos a la calle principal, Samantha rompió el silencio con una exclamación.

                                            -¡Mira esta tienda! dijo parándose frente a un escaparate ¿Cuanto crees que costará un collar como ése?

                                            Me encogí de hombros.

                                            -Un pastón, fijo asintió para sí misma Algún día me compraré uno aquí y la gente me envidiará.

                                            -¿Crees que por llevar un collar así te envidiarán?

                                            -Exacto echó a andar con una sonrisa de oreja a oreja.

                                            Una farola la iluminó y mis ojos se volvieron a pegar a su rostro. Estaba tan… tan diferente…

                                            -¿Pasa algo? habló extrañada.

                                            -Na… nada… bajé la mirada y aceleré el paso.

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                                            Llegamos al restaurante en menos de diez minutos. Samantha, como ya era costumbre, no paró de hablar en todo el camino.

                                            Según entramos, la rubia rompió el silencio que reinaba en el restaurante con otra exclamación.

                                            -Oh, dios ¡No me lo puedo creer! dijo acercándose a una pecera y admirando uno a uno los peces de colores que nadaban entre las algas decorativas ¿tú eliges cual quieres y lo pides o qué?

                                            Yo reí por lo bajo y me acerqué a pedir la mesa que había reservado la noche anterior.

                                            -Michael Rewner, mesa para dos, por favor dije con voz grave.

                                            La mujer buscó mi nombre en su larga lista.

                                            -Muy bien, sígame señor se levantó y me llevó hasta nuestra mesa.

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                                            -¿Nunca habías visto una pecera? dije entre risas sentándome en nuestra mesa.

                                            -Sí… pero… no tan grande, y no en un restaurante. ¿Qué pinta una pecera en un restaurante?

                                            -Simple decoración, Samantha me encogí de hombros Bueno… ¿qué vas a querer tomar?

                                            -Mm… ¿puedo pedir cualquier cosa o hay un límite?

                                            -Cualquier cosa reí pasándole la carta.

                                            La estudió con detalle y cuando se hubo decidido llamé al camarero.

                                            -¡Garçon! exclamé levantando la mano.

                                            Samantha soltó una carcajada.

                                            -¿Qué?

                                            -Nada, nada… musitó soltando una risita.

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                                            -¿Qué desean los señores?

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                                            Reí ante la pregunta de la rubia.

                                            -Ligeros, sí, señorita contestó el camarero sorprendido por la forma de hablar de Samantha.

                                            -Perfecto. Después Lasagna de verduras y… luego pescado ahumado.

                                            -¿Y usted, señor?

                                            -No, no… yo... no voy a comer nada. No me encuentro muy bien...

                                            -¡Qué tontería! exclamó Samantha tráigale lo mismo que a mí, por favor. Cuando me vea comiendo seguro que le entra hambre.

                                            El camarero sonrió y tomó nota. Yo no supe qué decir, cualquiera le llevaba la contraria a la rubia.

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                                            Después de unos minutos, nos trajeron los malditos huevos rellenos. El olor me revolvió el estómago.

                                            -Mmm… qué buena pinta dijo Samantha haciendo hueco en la mesa.

                                            -Sí, buenísimos… hablé sin poder evitar la cara de asco.

                                            La rubia me pegó una patada por debajo de la mesa.

                                            -Córtate un poco… masculló con mala cara.

                                            El camarero nos miró sin entender.

                                            -Es que no tiene modales… le dijo Samantha en bajo al camarero.

                                            Levanté una ceja y me serví una copa de champagne.

                                            El camarero se marchó y Samantha me echó una mirada envenenada, mientras le pegaba un bocado a un panecillo con huevo.

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                                            -¿En serio no lo vas a probar? preguntó con mala cara ¿Me invitas a una cena y tú no cenas?

                                            Resoplé con pesadez, cogí un panecillo y le di un mordisco.

                                            -¿Contenta? dije con la boca llena.

                                            -Mucho asintió sonriente.

                                            De repente, noté cómo mis glándulas salivales comenzaban a segregar saliva y cómo mi estómago se encogía. Una náusea estremeció mi cuerpo.

                                            Me levanté con brusquedad y me fui al baño corriendo.

                                            Escupí el trozo en el váter y me mojé la cara con agua. Notaba aún el sabor del huevo en mi boca, era asqueroso.

                                            Me apoyé en la pared y respiré hondo unas cuantas veces intentando calmarme. Ahora sí que estaba revuelto mi estómago.

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                                            Me coloqué un poco la camisa y salí del baño con la cabeza agachada.

                                            -Perdona… Yo… Necesitaba urgentemente hacer una llamada… me excusé.

                                            -Ya… una llamada… Qué mejor lugar que hacer una llamada que en el baño…

                                            Me senté, miré con repugnancia el planto y le eché una mirada suplicante a la rubia.

                                            -No hace falta que te lo comas… Está claro que no te encuentras bien, tienes la cara amarilla… dijo bebiendo un sorbo de champagne.

                                            Yo no dije nada, sólo alejé el plato de mí.

                                            -Michael, por favor, dame alguna explicación a todo esto soltó de repente.

                                            -¿Cómo? No entiendo… Ya te he dicho, algo de lo que comí ayer me sentó mal y…

                                            -No, una explicación a TODO recalcó la última palabra poniéndose seria.

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                                            -Caíste de la azotea sin hacerte ni un solo rasguño y pudiste con mi peso cuando caí encima de ti. Cada vez que llueve sales corriendo, llevas paraguas cuando hace sol, y el otro día me salvaste porque me encontraste, fíjate tú por dónde, en un callejón a tomar por saco de tu casa… Dime que no tengo motivos para pensar raro de ti…

                                            -No… no tienes motiv…

                                            -¿Has visto las noticias? me interrumpió ¿Has oído lo de los cuerpos que han encontrado en el callejón?

                                            Mi corazón se agitó y abrí los ojos sin poder creerlo, no había visto la televisión en días…

                                            -Los cuatros cuerpos estaban en el callejón en el que me encontraste. Cuatro cuerpos, Michael, cuatro.

                                            -¿Y…? musité con la mirada fija en mis temblorosas manos.

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                                            -Que fueron cuatro los tíos que me golpearon, y que justo lo hicieron en el callejón en el que los han encontrado.

                                            -¡¿Y piensas que yo he hecho algo así?! elevé la voz sin quererlo.

                                            -N… no… pero… me parece tan raro...

                                            -¿Y a mí qué? ¿Eh, Samantha? ¿Crees que me importa que te parezca raro?

                                            Ella frunció el ceño sorprendida.

                                            -Deja ya el maldito tema, joder. No escondo absolutamente nada.

                                            -No me lo creo.

                                            Resoplé con la sangre hirviendo.

                                            -Es que no entiendo por qué no me dic…

                                            -¡Que lo dejes ya! la corté cruzándome de brazos y mirando a otro lado.

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                                            -¡Dios Michael! gritó histérica levantándose de la mesa ¡¿No lo entiendes, verdad?! ¡No voy a dejar el tema!

                                            Me quedé completamente pasmado ante su mal genio. La gente había dejado a un lado su asquerosa comida para observar curiosos la escena.

                                            -A pesar de tu insoportable forma de ser, he seguido siendo simpática contigo, pero no aguanto más. Eres el hombre más asquerosamente desagradable del mundo. No sé cómo he podido pensar que eras así conmigo porque aún no me conocías bien y no tenías confianza. Está claro que eres igual de gilipollas conmigo, con el camarero, con tus amigos o ¡con tu madre!

                                            -Sam… musité avergonzado e intentando calmarla.

                                            -¡Ahí te quedas! gritó saliendo del restaurante.

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                                            Samantha

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                                            -¡Sam, espera! oí correr a Michael detrás de mi.

                                            -¡No! ¡Déjame en paz! volví a mi estado de enfado.

                                            -Por favor… Espera…

                                            -Que no.

                                            -Mira… Tienes razón, ¿vale? Parezco un gilipollas cuando hablo contigo, no te mereces que te trate así, pero… no estoy acostumbrado a…

                                            -¿A? ¿A respetar a la gente?

                                            No dijo nada. Me paré y le miré bien seria esperando una contestación.

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                                            -Sam…

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                                            -Tienes que entender que hay cosas que no… que no puedo contarte…

                                            -Pues claro que hay cosas que no me puedes contar… pero ¿todo?

                                            -Sé que no soy quien para pedirte esto, pero… confía en mí, es mejor que no sepas nada de mi vida.

                                            -¿Y crees que aceptaré eso así porque sí?

                                            -Sí… Deberías…

                                            -Tú vives en un puñetero cuento, eso es lo que pasa.

                                            -Samantha…

                                            -Es que no, Michael, te equivocas. Lo que me pides no tiene sentido, si voy a ser tu amiga tendré que saber algo de ti… ¿Y si eres un… un… psicópata? ¿Qué?

                                            Frunció el ceño.

                                            -No soy un psicópata.

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                                            -¿Y cómo sé yo que no? ¿Eh? Levanté una ceja porque lo único que sé de ti es que te llamas Michael, que tienes alergia al sol, y que te vas besando por ahí con pelirrojas.

                                            -Pues eso es suficiente… arrugó la cara ¡Deberías conformarte con eso!

                                            -¡No! ¡Nunca! Grité de nuevo histérica ¡necesito una puñetera explicación!

                                            Soltó un gruñido y se cruzó de brazos.

                                            -¿Qué pasa? ¿Te pongo nervioso? solté a la defensiva.

                                            -¿Cómo no me vas a poner nervioso, Samantha? ¡Eres una pesada! fin, el Michael tranquilo se esfuma para pasar a ser el tío desagradable de siempre.

                                            -Pero… ¡pero bueno! ¿pesada yo? Reí sin creerlo ¿Sabes? Ahora, más que nunca, pienso que eres un maldito psicópata ¡o algo peor! eres maleducado, desagradable, bruto, inconsiderado…

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                                            De repente, en un segundo, sin verlo, se echó contra mí y me empujó hacia la pared dejándome con la palabra en la boca.

                                            -¿Crees en serio que soy todas esas cosas? masculló a un centímetro de mi rostro.

                                            -S… sí… titubeé asustada.

                                            -¿Y por qué sigues aún aquí?

                                            Me quedé callada. Entrecerré los ojos y cerré la boca sin saber qué decir. Él se acercó más a mí y recorrió mi rostro con su mirada grisácea.

                                            -Ahora el que no te entiende soy yo… susurró soltándome el brazo y separándose lentamente de mí.

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                                            -No… no… dije sin apenas aliento, cogiéndole de la chaqueta y haciéndole parar.

                                            Michael se quedó completamente inmóvil frente a mí, mirándome sin comprender y en completo silencio. Yo suspiré… Todo en él me atraía de una forma descontrolada; sus ojos, su boca, el pequeño hoyuelo que adornaba su barbilla… Todo.

                                            Mi mirada se fue con sus labios, que a aquella distancia se veían increíblemente irresistibles. Después miré temblorosa sus ojos grises, que me observaban confundidos.

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                                            -Sam… no… no entiendo… musitó.

                                            Respiré hondo, cerré los ojos y le junté un poco más contra mí tirando de su chaqueta. Michael posó su mano en mi barbilla y me guió hacia él. Me acarició con dulzura y suspiró. Notaba sus labios a escasos centímetros y, no sé por qué, pero necesitaba besarle…

                                            Su respiración me envolvió en una nube de sensaciones. Tenía los ojos cerrados, no veía, pero lo sentía todo. Acerqué mis labios a los suyos y le besé. Michael me rodeó la cintura y me juntó más contra él.

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                                            No era capaz de comprender por qué lo había hecho, tampoco por qué él seguía, pero no podía parar…

                                            Sus labios eran suaves como la seda, rozaban los míos con una dulzura y una delicadeza indescriptibles, nunca me habían besado así. Nuestras bocas encajaban a la perfección, se movían melodiosamente soltando suspiros de vez en cuando.

                                            Me acarició la espalda y un escalofrío me hizo estremecer. Jamás había sentido tanto con un simple roce; sus manos tenían algo, algo que me atraía a él de una forma descontrolada. Con cada roce quería estar más y más cerca de él.

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                                            Michael

                                            No sabía lo que hacía, pero Samantha me volvía loco.

                                            Sus labios eran como un imán para mí, me había juntado a ella y ya no me podía separar. Debía apartarme, pero no era capaz de hacerlo.

                                            Era sorprendente sentir aquello, sentir centímetro a centímetro la piel de alguien. La sensación era increíble, me estremecía cada vez que la tocaba. Cómo podía haberme perdido eso tanto tiempo…

                                            Le acaricié el cabello y junté mis dos manos alrededor de su cuello; tan vivo y violento, tan fogoso y ardiente, tan… tan…

                                            -¡No! me aparté de ella al sentir la sangre recorrer las venas de su delicioso cuello.

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                                            Ella me miró sin comprender, sin saber qué decir, ruborizada y avergonzada.

                                            Yo no dije nada, bajé la mirada e intenté calmar mi instinto. ¿Cuánto hacía que no besaba a una humana? ¿Cuánto hacía que no deseaba tanto el cuerpo de alguien? ¿Cuánto hacía que no necesitaba con tanta ansia la sangre de una persona?

                                            No quería hacerla daño, nunca podría hacerla daño…

                                            Samantha estudiaba mi rostro sin entender aquella mirada de culpabilidad. La miré y, sin decir ni una palabra, me alejé de ella, eché a andar calle abajo. Tenía que marcharme de allí, no podía seguir delante de ella habiendo pasado por mi cabeza lo que había pasado…

                                            -Michael… musitó a mis espaldas.

                                            No me giré, no podía hacerlo.

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                                            Anduve por las solitarias calles de la ciudad durante más de dos horas. Necesitaba pensar en lo que había pasado, pensar en nosotros…

                                            Negué con la cabeza «Nunca habrá un nosotros»

                                            Entré en el primer bar que se cruzó por mi camino, un garito de mala muerte situado entre un sexshop y un videoclub.

                                            Cuando abrí la puerta un olor a alcohol me azotó las fosas nasales. A mi izquierda, una mujer llorando por un desamor y un policía tonteando con una prostituta, y a mi derecha, un perdedor como yo bebiendo para olvidar.

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                                            Le pedí una cerveza a la encargada de aquel lugar y comencé a bebérmela mientras estudiaba con la mirada la barra astillada del bar.

                                            -¿Una mala noche, amigo? me habló un hombre con un acento extraño.

                                            Yo me giré y le miré sin expresión. Su rostro me sonaba de algo…

                                            -S…sí.

                                            -Beber para olvidar, el peor vicio del ser humano.

                                            Le volví a mirar, esta vez con un toque de melancolía en la mirada.

                                            -Del ser humano… sí…

                                            Él resopló dándome unos golpecitos en la espalda.

                                            -¿Pasa algo? inquirí con mala cara y apartándole la mano.

                                            El hombre me sonrió.

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                                            -Llevo poco viviendo aquí, ¿sabes? y me encanta este lugar, pero la gente parece estar deseosa de escapar de aquí, ¿no te parece triste?

                                            Me encogí de hombros.

                                            -La gente no aprecia lo bueno de la vida continuó.

                                            -¿Hay algo bueno acaso?

                                            -Vivir. Con eso debería bastar su tono cambió y pareció irse con mi melancolía no muchos aprecian la vida.

                                            Le miré extrañado. Nunca me había topado con alguien como él, y eso que llevaba muchos años deambulando por el mundo.

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                                            -¿Ves a esos dos? preguntó señalando al médico y a la prostituta esos sí que viven la vida rió por lo bajo.

                                            Les miré inexpresivo. La prostituta le metía la lengua hasta la garganta, y él, con esas zarpas que tenía por manos, no paraba de toquetearla y aplastarla contra sí.

                                            -El cirujano podría meterse en problemas… añadí apartando la mirada de ellos.

                                            -Creo que ya se ha metido en un problema… rió a carcajada limpia quizá la noche no acabe muy bien para él…

                                            -¿Qué quieres decir? inquirí sin comprender aquellas palabras seguramente se la acabe tirando en un descampado sin que nadie les vea dije con normalidad.

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                                            -Ése quizá es el problema añadió enigmáticamente.

                                            No dije nada. Dejé un billete encima de la mesa, le hice una seña a la camarera, me levanté y miré por última vez a aquel extraño hombre. No entendía por qué ese tono misterioso, por qué sus palabras…

                                            -Debo irme le tendí la mano educadamente ya nos veremos por… por ahí…

                                            -Soy George.

                                            -Yo Michael.

                                            -Un placer, amigo añadió bebiendo un trago Seguramente nos veamos por ahí -comentó de nuevo con tono misterioso.

                                            -S… sí… musité bien serio.

                                            Me di la vuelta y me marché volando de aquel lugar con olor a alcohol.

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                                            La noche era tranquila; no había ni un alma paseando por las calles y los edificios que me rodeaban parecían estar abandonados. Las farolas habían dejado de alumbrar, se habían cansado de ser testigo de robos y palizas. El mundo parecía haberse parado.

                                            -¡Socorro! oí a lo lejos ¡Por favor ayuda! Soc…

                                            Mis sentidos se agudizaron y, sin saber por qué, seguí a toda prisa la llamada de auxilio.

                                            De repente, de entre la oscuridad, alcancé a ver dos cuerpos blanquecinos. Frené el vuelo y observé con cautela a unos cuantos metros de ellos.

                                            Mi corazón dio un vuelco al reconocer a los protagonistas de la escena; el cirujano y la prostituta del asqueroso bar en el que acababa de estar. Sin embargo, la situación había cambiado; no era él el que estaba sobre ella, sino ella la que se había abalanzado sobre él. La mujer le tiró al suelo y comenzó a lamer con ansia su sangre.

                                            Abrí los ojos horrorizado, sin creer lo que veía.

                                            -No… no puede ser… musité sin aliento.

                                            La mujer levantó la vista y gruñó. No le dejé tiempo para atacarme, salí de allí volando más rápido que nunca.

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                                            -¡Otra! me dije entrando en mi portal otra maldita vampira… No… no puede ser…

                                            Subí a toda prisa las escaleras y me situé frente al piso de Agnes, tenía que hablar con ella. Hasta ahora no le había preguntado nada sobre nuestra especie, no lo soportaba, no concebía la idea de que existieran más seres como yo… Pero ahora… ahora todo había cambiado… ¿Cuántos éramos? ¿De dónde veníamos? ¿Dónde se escondían? Había demasiadas preguntas que resolver. Ella tenía que saber algo.

                                            -Hola Michael una voz conocida me hizo levantar la vista.

                                            -¿T… tú…? tartamudeé al encontrar frente a mí al extraño del bar cómo… qué haces… aquí…

                                            -Vivo aquí.

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                                            Ahora lo entendía. Ya sabía por qué me resultaba conocido, era el hombre que había visto a través de la puerta con Agnes el día de la mudanza. ¿Ése era su novio? ¿Cómo había llegado antes que yo a su piso? ¿Acaso él también era como nosotros?

                                            Ante mi silencio, el hombre rió.

                                            -¿Necesitas algo?

                                            Yo no contesté. No porque no quisiera, sino porque no podía, estaba completamente bloqueado.

                                            -¿Buscas a Agnes?

                                            -S… Sí.

                                            -Salió esta tarde a hacer un recado, pero aún no ha vuelto.

                                            -B… Bien asentí mientras me daba la vuelta.

                                            ¿Y ya? ¿Marcharse así sin más? ¿No le iba a preguntar? ¿No iba a resolver mis dudas? ¿A qué estaba esperando? ¡Venga, Michael!

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                                            Editado por CasieFiccion

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                                              ¡¡Por fin ha habido besoooo!! Qué guapos están los dos juntitos.

                                              Ya sabía yo que George tenía algo que ver con el vampirismo.

                                              Bueno, mañana comento mejor que hoy no tengo tiempo.

                                              ¡FELIZ NAVIDAD!

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                                                quiere beber de sam, pero no quiere hacer-le daño.Sigue pronto :lol:

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