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    • Sheryl Wayne
      Legacy Gao (Los Sims 4 Rumbo a la fama)
      Todos pero no todos merecen una segunda oportunidad, hay que buscarle la felicidad al muchachito. Vamos coreanito! 
    • Sheryl Wayne
      (Sims 4) Legacy D'angelo
      Hola. Un placer conocerte, tu legacy está muy bueno, y tu forma de narrar estupenda. Me encantó Evelyn y su forma de ser, me recuerda a muchas chicas rudas que son personajes de ficción y que conozco de toda mi vida en historias, legacies, incluso también de videojuegos que jugué en Fortnite.  La última parte estuvo muy drama entre pistolas, vaya juego.  Continúa para saber más de Evelyn, y la neta voté por ella. 
    • Sheryl Wayne
      Legacy Masterson (Capitulo 119.- Mirna y Edward)
      Edward y Mirna se casan, enhorabuena, que sean muy felices y traigan la siguiente generación. Y de paso esperar si hay enlace entre Harold y Elda. Como que la actividad del foro ha bajao mucho, no? 
    • Dios Ra
      Como matar a una Sim embarazada.
      Con NRaas Maestro Controlador, la opción de forzar muerte lo mata todo, yo lo hice para comprobar si en el cementerio podía haber una fantasma embarazada y si esta podía dar a luz, efectivamente así fue, el bebé era un ser humano vivo, lo dejó en el suelo de la puerta del hospital abandonado, encima era invierno y la pobre niña estaba bajo la nieva pasando frío, las madres fantasmas son algo crueles. Ahora que se ha comentado que una sim embarazada es inmortal, aquel que quiera hacer una sim de forma que no pueda morir de ninguna manera (sin tener en cuenta el forzar muerte con el maestro controlador) que la deje embarazada con el maestro controlador (no es necesario que lo haga con un hombre) y después con el mismo NRaas pause el embarazo para que este no avance y la sim quede embarazada para siempre, de esa forma no podrá morir si no lo fuerzas con el NRaas.
    • rotten.girl
      (Sims 4) Legacy D'angelo
      CAPÍTULO 3   Evelyn   Siendo mi silencio completamente ruidoso, las semanas pasaron, sin que los chicos supieran nada de lo que se dijo entre las cuatro paredes de ese despacho. A penas soportaba estar en casa. Mi rutina se basaba en despertar, marcharme a hurtadillas hacia la mansión de los Thao, hacerles el trabajo sucio sin que notaran la ausencia de Bastian y Niccolo, y pasar el resto de mi día en aquel bar de Oasis Springs que tenía un enorme piano. No era casualidad que hubiera escogido aquel garito para matar mi tiempo, tenía que practicar las canciones que tocaría en la fiesta de las gemelas. Sin siquiera darme cuenta, habíamos entrado en noviembre, y la fecha de aquella velada se aproximaba a toda velocidad. Y casi como todas las cosas que aborrecía, el gran día acabó llegando. Sin llegar a entender cómo, me encontraba enfundada en aquel vestido que Shen se había encargado de pedir para mí, con el corazón latiendo desbocado, frente a la puerta principal de la mansión. El pelinegro me dedicó una breve sonrisa, para luego acercarse a mí y tomarme de la cintura tal y cómo habíamos acordado hace unos días. Trabajar de topo dentro de los Thao me había acercado de manera irremediable a la mano derecha de Bailee, lo cual no me desagradaba, pero me dejaba una sensación de incomodidad en el estómago. Como si aquello fuera una traición hacia los chicos. Shen, en un solemne silencio, me condujo al interior de la casa, y me hizo seguirlo hasta la planta baja, donde se hallaba el salón de celebraciones, el cual se encontraba abarrotado de personas vestidas de manera elegante. El ambiente cargado no tardó en incomodarme, pero no tuve tiempo de pensar en ello, pues la mano del asiático se cerró en torno a la mía, arrastrándome con él al interior de la gran sala. Un par de camareros se acercaron a toda prisa y el hombre, con un sólo gesto, les indicó que nos sirvieran dos copas de vino. Cuando estos se marcharon a atender a otros invitados, la dura expresión de Shen se relajó en una sonrisa cómplice. — Tranquila, estas celebraciones no son lo habitual —Dio un sorbo a su copa —. La siguiente no será hasta principios del próximo año. —Qué esperanzador —me burlé entre dientes. Una conmedida carcajada escapó de la boca del asiático. —Vamos, tampoco es tan terrible —Hechó una mirada rápida a su alrededor —. Bueno… Igual sólo un poco. Los ojos de Shen brillaban en compasión. No me hacía falta girarme para saber que todos los presentes me escudriñaban con la mirada. —Es normal —Interrumpió mis pensamientos —. Estás deslumbrante. La mirada de Shen se clavó en la mía, mientras notaba mis mejillas enrojecer. Carraspeé con incomodidad para disimular que aquel comentario había conseguido afectarme. —Gracias —Escaneé su cuerpo sin ningún tipo de pudor — Tú tampoco estás nada mal. Sin prestar atención a su respuesta, di un largo sorbo a la copa que descansaba en mi mano. Sin embargo, pocos instantes después, una presencia se instaló entre nuestros cuerpos, robando la poca tranquilidad que había conseguido reunir. —Evelyn D’angelo —Bailee asintió levemente en mi dirección, para luego girarse hacia el hombre —. Shen. Este tomo una de sus delgadas manos, y plantó un elegante beso en el dorso de ella. —Señorita Thao, está usted impresionante. Como siempre. Esta sonrió, complacida. Y luego clavó sus pequeños orbes en mí. —Anda ya, Shen. No seas así, parece que no has visto a Evelyn. El asiático dirigió una mirada discreta a mi cuerpo, para luego decir: —Claro que la he visto. Bailee se acercó a mí y me dio un codazo amistoso, acto seguido, acercó su boca a mi oído. —Sigue así, lo tienes loco. Cuando se separó, tuve que hacer un gran esfuerzo para no encajar mi puño en medio de su rostro. —Pero espero que sepas lo mal que me parece que no hayas traído contigo a Bastian —Me señaló con un dedo acusatorio. Mi cansancio no paraba de aumentar por segundos. —Señorita Thao, ni si quiera lo mencionó… —repuso el asiático. —¿Qué? —Que el señor Marini no figura en la lista de invitados que me mandó a confeccionar, ya que, se olvidó de mencionar su nombre —le explicó con lentitud, como si fuera una completa idiota. No me extrañaría que en realidad lo fuera. —¿Ah, sí? —respondió con sorpresa. — Está bien, ha sido fallo mío. Te perdono, D’angelo —dijo, mientras miraba sus uñas con atención —. Pero que no vuelva a ocurrir. —Por supuesto, Bailee —respondí, notando la ira ascender por mi garganta —. Me encargaré de comentárselo a Bastian. Los ojos de la asiática se abrieron como platos. —¿Lo ha-harás? —Claro —Le guiñé un ojo —. Cumplir órdenes directas es lo mío. —Ya veo —Sonrió, satisfecha —. Espero que no te moleste, querido. Pero voy a robarte un poco a tu acompañante, me gustaría tratar una serie de temas con mi socia más preciada. Y sin dejarnos responder, Bailee me tomó del brazo y me arrastró a la mitad del gran salón con ella. Allí debatimos acerca del futuro de los Thao y dónde encajaríamos nosotros en él, qué tendría que ponerse en su próxima cita con Bastian, y que quizá podría venir él en lugar de mí por las mañanas. Pero eso jamás podría ocurrir, no cuando la misión de estar allí era mía y de nadie más. De vez en cuando, echaba una mirada de reojo hacia donde se encontraba el asiático, esperando que este me estuviera mirando, y que de alguna manera, entendiese que quería ser rescatada de aquella tortuosa conversación. Pero de repente, las primeras notas de una canción lenta comenzaron a llenar el lugar, envolviéndolo en una atmósfera de calma que consiguió apaciguar mis sentidos. Entonces, casi como si se tratara de una señal, la delgada mano de Shen rodeó la mía, alejándome de la asiática, y atrayéndome hacia su cuerpo. — ¿Qué demonios hac…? —escapó involuntariamente de mi boca. Sin embargo, sus manos alrededor de mi cintura y el leve vaivén de nuestros cuerpos al ritmo de la música acalló mis pensamientos. En aquel momento sólo existíamos él y yo. Y aún de esa manera, la imagen de Bastian seguía acudiendo a mi mente, como un recordatorio desagradable de que aquello no estaba bien. Que todos esos secretos me acabarían pasando factura. —¿Estás bien? —me preguntó, analizando mi expresión con atención —. Te noto algo distraída. —Sí, sí —asentí atropellándome con mis propias palabras —. Estoy genial.
      Sonreí de manera forzada para dar solidez a mis palabras, pero podía notar la duda en sus ojos. — ¿Estás segura, Evelyn? —inquirió de nuevo, esta vez dando más énfasis a mi nombre, aquel que jamás había pronunciado en voz alta hasta aquel momento. Mi corazón se encogió como una pequeña esponja, podía notar la mirada de Bailee arañarme la espalda. —Creo que mi cometido aquí ha terminado. Noté los hombros de Shen tensarse bajo los míos. —¿A qué te refieres? —A que en realidad nunca fui invitada a esta fiesta, sino que se me permitió venir con la condición de que tocara el piano. —Eso no es cierto —. Contrajo su rostro en una mueca de desaprobación —. Estás aquí porque eres mi acompañante, porque yo quise que vinieras. Alcé la barbilla para conectar mis ojos con los suyos. —¿Y qué debe hacer un acompañante durante este tipo de fiestas? —Que yo sepa, solamente una cosa — Sonrió ampliamente —: Bailar. Y de esa forma, me dejé llevar durante el resto de la velada, balanceando levemente mi cuerpo con el suyo, hasta que llegó la hora de mi esperado concierto. Pero en contra de todo lo que había pensado, no tuve demasiado público, pues para aquella hora todos estaban tan absolutamente borrachos, que a penas podían sostenerse en pie. Por lo que, toqué las partituras que me había preparado con tanta dedicación para Shen, como si me encontrara delante de un auditorio lleno de personas. Una hora después, aprovechamos la distracción de los asistentes para robar una botella de vino de la bodega, y bebérnosla a escondidas en algún lugar oculto de la mansión. Cuando terminamos, y la música comenzó a desvanecerse, salimos casi a rastras al exterior, donde nos dio la bienvenida un cielo completamente estrellado. A lo lejos, podían observarse las luces de neón del burdel. Con ayuda de Shen, conseguí sentarme junto a él en los jardines exteriores de la mansión. —Quizá nos hemos pasado con esa última botella —rió, apartándome un mechón de pelo de la cara. —Qué va —le aseguré. La brisa helada de la noche hacia revolotear los bajos de mi vestido, y sin saber muy bien cómo, el cansancio junto con los efectos del alcohol provocaron que dejara caer mi cabeza sobre el hombro del hombre a mi lado. Este, al notar mi cercanía, lejos de rechazarla, me acercó más hacia sí. Estaba bajando la guardia, yo nunca bajaba la guardia. Sin embargo, decidí cerrar los ojos, a la espera de que las consecuencias impactaran contra mí. Y estas no se hicieron esperar. En un hábil movimiento de brazo, Shen giró mi cuerpo hacia el suyo, para que ambos quedáramos frente a frente, con nuestros rostros a escasos centímetros. El asiático permaneció observándome en silencio, con su respiración impactando contra mi boca una y otra vez. Sus orbes oscuros me analizaban con paciencia, como si estuviera esperando una señal para abalanzarse sobre mí. Cuando notó unas de mis manos ascender a su mejilla y apartarlo de mí con delicadeza, se alejó de la misma manera, sin perder aquella intensa mirada de sus ojos. —Esto no puede pasar, de ninguna de las maneras —susurré, tratando de no sonar brusca. Después de unos breves segundos de tensión, Shen se levantó y me dio la espalda para estudiar las estrellas en silencio. Unos instantes después, se giró hacia mí. —Lo entiendo —Sonrió, recuperando aquella apacible expresión que lo caracterizaba —. Vamos, levanta, es tarde. Y de esa manera, me tendió una mano, la cual acepté, y dejé que esta me ayudase a ponerme en pie. Cuando sus ojos volvieron a atravesarme, no pude soportarlo más. —Shen, somos compañeros de trabajo, deberías pensar en… —dije, dejando escapar las palabras de mi boca como si fueran balas. Este acalló mi mediocre discurso con un suave beso en la frente. —Evelyn, tú deberías tomarte un tiempo para reflexionar en aquello que te niegas a ti misma, y que te impide continuar hacia delante —respondió, adornando de calidez aquellas palabras tan severas. —¿A qué te refieres? —Lo sabes bien —sonrió, tomando mi mano en un suave apretón, para luego darse la vuelta e introducirse en el interior de la mansión. Con la mente domada por miles de pensamientos, emprendí el camino a casa dándole vueltas a sus palabras, chocándome con un enorme muro cada vez que creía llegar al fondo del asunto. Sólo que aquel enorme muro no era exactamente un muro, sino el rostro de ese pelirrojo que tan bien conocía. Maldita sea. Sin darme a penas cuenta, me encontraba frente a la puerta de nuestro hogar, completamente paralizada. Cuando conseguí devolverme del todo a la realidad, me percaté de que las luces del salón estaban encendidas. ¿Qué demonios hacía Niccolo despierto a aquellas horas? Atravesé con lentitud el umbral de la puerta, para encontrarme con el asiático de espaldas, apoyado contra el sofá que, convenientemente, también era su cama. Sabía que había notado mi presencia, pero no me molesté en saludarlo. Entre nosotros no hacían falta los banales rituales sociales. Sin embargo, su profunda voz inundó la sala de manera inesperada, erizando los vellos de mi piel al instante. — No sabía que los Thao tenían por costumbre obligar a sus trabajadores a hacer horas extras —escupió con burla —. Supongo que será cosa de chinos… —¿De qué cojones estás hablando, Watanabe? Sin responder a mi pregunta, se levanto del sofá con expresión de hastío, y se dirigió a la encimera de la cocina a rellenar la copa vacía que sostenía en una de sus manos. Una vez allí, resopló al darse cuenta que la botella estaba completamente vacía. Tragué saliva al percatarme de su embriaguez. Ese maldito amarillo nunca bebía, esa botella ni siquiera era suya. Fue un regalo de la Mamma para Bastian. Harta de aquel insoportable silencio, decidí ponerle fin por mi propia cuenta. —Un hombre de verdad sabe cuándo debe dejar de beber —solté con desdén. Sin embargo, fue inútil. Niccolo no emitió el más mínimo sonido ni cambió un ápice su expresión. Pero yo necesitaba indagar, el asiático jamás abría la boca si no era estrictamente necesario. De algún modo sentía que me estaba acusando, y en cierto modo tenía razón. Puede que estuviera en un callejón sin salida. Entonces, rompió su eterno silencio. — Así que… la mujer de Bastian —exhaló aquellas palabras, como si de un veneno se tratase. Sentí mi corazón detenerse. —Se me empieza a terminar la paciencia, puto amarillo —siseé —. Deja de andarte con rodeos, y escupe de una maldita vez.   Unos instantes después, se dio la vuelta y clavó sus estrechos orbes en los míos. —¿De verdad soy yo quien se anda con rodeos, Evelyn? Tras aquella declaración, se jactó de la misma con una breve risa burlona, y se dio la vuelta sin dejar de hablar. Le observé en silencio alejarse con el corazón completamente inmóvil. —¿De verdad soy yo quien no habla cuando debe hacerlo… Y se guarda información para sí mismo que puede afectar a los demás? Sentí un río helado de sudor bajarme por la espalda, llegando a la delicada tela de mi vestido. —No tienes… ni puta idea de lo que se cuece allí fuera… —mascullé, apretando los puños en un intento de controlarme. —“Y que esto es demasiado grande para mí”, superior a todos nosotros — pronunció esas palabras que repetía constantemente a los chicos cuando me sentía en la obligación de ocultares algo. Había un intenso desdén en su tono —. ¿Es eso lo que ibas a decir ahora, Ev? ¿O preferías esperar a que hablase con Georgia? “¿Qué?” Con el corazón congelado y los sentidos entumecidos, desenfundé de manera casi automática la pistola que llevaba oculta bajo el vestido. Podía escuchar el sonido de la sangre recorrerme los oídos junto a mi respiración acelerada cuando me percaté de que el cañón le apuntaba directamente a la nuca. Georgia Fabbiani, un nombre muy sonado entre los poderosos y los que no lo eran tanto, aunque mejor conocida como la Mamma, la segunda fuerza mafiosa de Oasis Springs. Sólo Niccolo la llamaba de esa forma, y no me extrañaba, para él era igual de repugnante como para mí aquel mote que usaba para distinguirse entre los de su profesión. —¿Y se puede saber qué se le ha perdido a un tipo como tú en el burdel? —. Retiré con lentitud el seguro del arma hasta que este hizo clic —. Tranquilo, puedes tomarte tu tiempo para responder. El loquero dice que hago grandes avances respecto al control de mis emociones. Una carcajada espantosamente grave devoró el silencio de la sala. Podía notar los vellos de mi nuca erizarse. —Ya sabes que no soy tan partidario de pasar el rato en ese tipo de antros como lo es Bastian —. Relató con evidente sorna —. Pero no me dejaste otra opción, Evelyn. Apreté con fuerza el arma hasta que mis nudillos se tornaron blanquecinos. —No tengo ni puta idea de qué estás hablando —dije entre dientes. —Claro que no —se burló —. Pero quizá te puedo ayudar a refrescar esa memoria. Puede que ya no seas tan joven como para seguir dedicándote a esto, empiezas a olvidar conceptos importantes… Ya sabes, como la lealtad. Sentí un cruel pinchazo invadirme el pecho. —Maldito desagradecido... —aullé, tratando de hacer desaparecer el dolor que me sobrecogía el corazón — Si hubieras tenido que sacrificar la mitad de lo que lo he hecho yo para proteger a esta familia cerrarías esa jodida boca tuy… Pero no me dejó terminar aquella frase, pues tan pronto como la palabra “familia” abandonó mis labios, desenfundó y se abalanzó sobre mi cuerpo. Antes de que pudiera ser consciente de ello, me encontraba tumbada en el suelo con sus piernas impidiendo que pudiera librarme de su agarre. Su respiración acelerada se asemejaba al sonido que producía una bestia salvaje justo antes de acabar con su presa. —No seas ridícula —dijo con lentitud, como si estuviera tratando de controlarse —. Aquí nadie es familia. No trates de engañarte a ti misma, somos una panda de asesinos. No tendría ningún problema en encajar una bala en esa frente tuya. —No sé… Creía que tú y esa cría teníais algún tipo de vínculo, aunque nunca está de más recordarte que lleva mi apellido. Percibí sus piernas aflojarse y aproveché esa leve distracción, para darle la vuelta a la situación. Literalmente. —Vaya… —Miró a su alrededor con desinterés, y soltó su arma. Pocos segundos después, hice lo mismo con la mía —. Me retracto, puede que no seas tan ridícula como pensaba. Una leve carcajada escapó de mi boca. —He mejorado bastante. —¿Esto es lo que te enseñan en casa de los Thao? —Qué va, allí lo único que he aprendido es a coger los palillos correctamente. Una leve sonrisa se formó en los labios del asiático, para después esfumarse como si jamás hubiera existido. En ese momento, sus estrechos orbes oscuros se hicieron con los míos, en un silencio casi tan profundo como el negro de sus ojos. Respiré hondo, y me dejé acoger por aquella atmósfera pesada que se había formado entre nosotros. Era como si aquello fuera, de cierta manera, familiar. Sin poder controlarlo, una de mis manos viajó hasta acoplarse en su mejilla. Completamente inmóvil, noté al hombre frente a mí tragar saliva. Con lentitud, me aproximé hacia su boca sin desconectar mi mirada de la suya. Antes de que nuestros labios siquiera se rozasen, sus dedos se cerraron con fuerza en torno a mis caderas, deteniendo mi avance con brusquedad. Cuando fui consciente de la fuerza con la que apretaba la mandíbula y su mirada perdida, miré de reojo hacia la entrada, donde vi una pequeña figura inmóvil observándonos en silencio. La mocosa nos escudriñaba con confusión, como si no fuera capaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Su ojo sano recorría la sala en busca de respuestas, pero no con la curiosidad habitual que lo caracterizaba. Tras unos segundos angustiosos, abrió la boca con el labio inferior temblando. Entonces, ocurrió lo último que hubiese imaginado: —¿Nico…? Este, como si le hubieran metido una granada en los pantalones, se levantó a toda prisa, llevándome consigo en aquel errático movimiento. Tomándome de las manos con brusquedad para que no me cayese de culo, me depositó de nuevo en el suelo, como si fuera un mero puñado de mercancía. Sin mediar palabra con la cría, la cogió en brazos y se la llevó de nuevo a la cama, tratando de apaciguar su enorme desconcierto. Lo único que alcanzo a recordar de aquella noche, es que me quedé observando cómo sus dos figuras se alejaban de mí a toda velocidad, quizá huyendo de todas las cosas malas que se acinaban en nuestro pequeño hogar. Parecía que me había muerto, pero no, el legacy continúa. Escribir este capítulo ha sido todo un reto, pero espero que os haya gustado de todas maneras. En breves, subiré la encuesta para elegir al fundador de este legacy, tendréis que elegir entre Evelyn y Larissa. Como ya sabéis, si no se llega a una elección clara o nadie vota, Evelyn será la elegida. Podéis tomaros vuestro tiempo para elegir, pero lo único que cambiará esa elección es desde qué punto de vista se narrará la primera generación, así que tampoco es para tanto. Nos vemos por aquí   

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